La espera de Heathen Melody

De Florencio Nicolau

La espera de Heathen Melody

Especial para Eco Italiano

Priscila Carpenter buscaba la verdad entre las cosas más recónditas del Universo. En los caracoles del jardín y en las manchas de humedad de los libros de la voluminosa biblioteca de su abuelo. Cuando era muy pequeña miraba a las estrellas desde el patio trasero, en las noches de verano mientras sus abuelos tomaban Martini dry y admiraban la belleza de la blonda nietita que abría los brazos de par en par y simulaba hablar una lengua extraña inventada por ella, la lengua de los seres que añoraba ver entres las estrellas. —¡Nae hic var tenus jutir!— vociferaba con sus manitas apretadas, y los dientitos de leche brillando.

Más tarde descubrió que el vecino de al lado era un aficionado a la astronomía. Al enterarse se presentó (sin pedir permisos a los abuelos) y le explicó al hombre, que era un militar retirado con el corte de pelo a la americana y ojos pequeños, que ella era un ser elegido para el estudio de los astros y de los seres que los habitaban. El hombre comprendió que mas allá de todo el galimatías vociferado por la niñita, sin duda poseía algún talento y la invitó a ir a su casa de tarde en tarde. Le mostró las medallas de la guerra, el dedo amputado —luego de que un disparo de AK-47 en Vietnam volcara una tetera de agua hirviendo sobre su mano— y su gran colección de revistas y libros de astronomía. El Mayor ( como lo llamaremos de ahora en mas) enseñó a la niña las páginas del clásico libro El telescopio del aficionado de Jean Texerau, que enseñaba, en una forma casi iniciática, como construir un telescopio en su propia casa; le mostró las cartas mensuales de Sky & Telescope y cómo usarlas y los preciosos tomos de Amateur Telescope Making, con sus miles de fotos en blanco y negro tomadas en todos los cobertizos y graneros del país, lugares donde productores agropecuarios, profesionales y aún vagos tenían instalados sus telescopios construidos con restos de máquinas de cocer y fierros viejos.

Años después en la escuela secundaria sería la niña de las estrellas. Con su vestimenta estrafalaria y sus maquillajes exagerados y originales, siempre hablaba en los recreos de los astros y de las cosas que le transmitían por las noches. Hablaba de Pitágoras y de la música de las esferas, de Galileo y del Área 51. Por lo demás era mala en todas las materias salvo en geografía y en artes escénicas. Siempre se presentaba a cuanta obra montaran los profesores de drama y artes escénicas, con su parafernalia de maquillajes, pelucas, mallas de lentejuelas, pestañas postizas extra largas, medias de colores y guantes largos. Todo dentro de una pequeña mochilita con la forma de un osito panda.

Luego vino la poesía y después de eso (como suele pasar) el sexo con un varón introvertido. Su primer poema se llamaba Nae hic var tenus jutir. Lo presentó a un concurso de la escuela y ganó el primer premio. Nadie entendía nada, ni siquiera el jurado integrado por profesoras lesbianas, fracasadas en el arte de la escritura pero que tenían afecto por la pequeña.

La noche de la entrega de premios lo vio por primera vez por entre medio de sus pestañas pintadas de naranja entre la multitud del salón de actos y se enamoró. Ese día murió Priscila Carpenter y nació Heathen Melody.

***

Heathen Melody, creció y se volvió una mujer —si bien no bonita— no desprovista de atractivo y gracia. Vestía en forma estrafalaria pero eso no le impedía hacer una vida social de cierta soltura y dignidad. Congenió con todos los credos y géneros, con todas las sexualidades y escuchó con respeto y atención múltiples ideas. Incursionó en todas las músicas y en todos los músicos, desde Mozart (amaba la sinfonía Nº 38), pasando por Sigur Rós, Kitaro, Kiss y Rasputina. La necesidad la llevó trabajar en el despacho de un corralón gigantesco en las afueras de Kansas city, donde alternaba con amabilidad, no exenta de picardía y salidas de doble sentido, con los voluminosos camioneros y personal de la construcción. Heathen era el personaje del barrio.

En sus tiempos libres siguió la carrera de letras y ordenó un poco su cabeza. Sus poemas cobraron fuerza expresiva y se volvieron entidades, si bien crípticas e intimistas, llenas de belleza estética:

Astros visten mis caminos como piedras

El amanecer aguarda otra llegada.

¿Quién de ustedes me amortajará de polvo de estrellas

Cuando llegue el día, ese día,

En que él venga a buscarme?

Heathen no descuidó su pasión por la astronomía y compró algunos telescopios y libros que atesoraba en la casa que le habían dejado sus abuelos al morir. El Mayor también se fue una mañana de invierno gritando órdenes a las enfermeras desde una cama de una sala de terapia intensiva, pidiendo apoyo de la aviación y Napalm.

Más allá del sexo incidental con los camioneros del corralón, Heathen no tenía pareja estable; lo añoraba. Desde el día de la entrega de premios en la escuela decidió esperar a su amor que la miró con esos ojos únicos entre la asistencia al acto y que aplaudió con mesura pero con admiración sincera. Recordaba aún veinte años después la sensación del escalofrío que sintió al percibir a ese ser maravilloso que había comprendido su poema, tal vez el único entre los centenares de la asistencia que había descifrado el mensaje que transmitía.

Los días discurrían monótonos entre bolsas de cemento, herramientas, hierros nervados y remaches pop. Un día en que el salón inmenso del corralón estaba vacío (cosa rara), la silueta de un hombre cenceño se perfiló en la puerta vaivén. Heathen, que estaba concentrada en la pantalla de la computadora, sintió electricidad en el cuello. Levantó la cabeza y lo vio. Era el hombre del salón de actos, el mismo, sin un año más o menos. Se acercó hasta el mostrador y sin prolegómenos ni presentaciones le dijo a Heathen:

—¿ Nae hic var tenus jutir?

Heathen tembló un momento. Luego se tranquilizó y le contestó con soltura y seguridad:

¡Tyur masad jutir, mian!

El hombre enjuto de cabeza en punta y grandes ojos la tomo entre sus manos de tres dedos y la sacó amorosamente del corralón.

Los dueños de la empresa hicieron la denuncia de la desaparición de Heathen pero la policía no ha logrado nada hasta ahora.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 21 de septiembre de 2024

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