Ese antepasado tano quizás fue el que marcó la pasión que uno siente por aquel fútbol. Si bien no está bueno vivir de los recuerdos, mantener la memoria por los momentos de exaltación deportiva configuran la esperanza de que, alguna vez, el más popular de los negocios (otrora más popular de los deportes) vuelva a sentir el perfume de un potrero.
Sino vale contar el porqué de la razón de una pasión encumbrada entre el corazón y ese toque de nostalgia que en su cuota justa tiene el sabor y la quietud de disfrutar de aquellos tiempos afortunadamente aún no tan lejanos.
Fue en 1981 cuando la radio trajo un partido amistoso entre Argentina y la Fiorentina de Italia. Un sábado (era 29 de agosto) vivido arriba de un camión Mercedes Benz cuya cabina era de color rojo y que manejaba por los polvorientos caminos de la pampa gringa santafesina mi viejo Dante. Esa radio trajo un partido intenso que ganaron los de Menotti 5 a 3 en un partidazo donde me quedó grabado el nombre de Giancarlo Antognoni, una de las figuras esa tarde noche en el estadio Comunal de Florencia.
Pero después otros nombres ídolos de la Selección de Italia quedaron en mi memoria. Por ejemplo Paolo Rossi, Gaetano Scirea, Marco Tardelli. La figura del interminable Dino Zoff en el arco con 4 décadas o el histórico Franco Caucio. Curiosamente la memoria se detuvo en los nombres que dirigía don Enzo Bearzot. Acaso por ello en el Mundial de España de 1982 si bien el amor era albiceleste, el costado de sentimiento pasaba por Italia. Su nombre sonaba a fragancia que enamora. El juego con actitud por sobre el brillo acaparaba la atención de todos. Y el mío por supuesto.
Por eso, a pesar de haber derrotado a los dirigidos por Menotti, ya en semis estaba volcado de lleno en esos diez muchachos de camiseta azul, protegidos por el gran Zoff de sobria estampa con casaca gris.
Alemania no entendió de que se trató la final y lo que parecía un choque de potencias terminó siendo un triunfo claro de la azzurra. Rossi atropelló en un centro, 1 a 0. Tardelli pura potencia pateó fuerte y salió gritando desaforado, 2 a 0. Altobelli fue el último en participar en una acción que abrió Scirea y 3 a 0. Breitner en su gol más triste descontó, pero no festejó.
Yo sí festejé. En un patiecito de la casa paterna en Rafaela, ahí donde los tanos echaron raíces hace un siglo y un poco más. Grité los goles como propios y dibujé las jugadas disfrazado de héroe mundial llevando la pelota de goma entre piques y piques hacia un arco ubicado al fondo del terreno y conformado por un par de ladrillos. Fui Antognoni, pasando el balón a Rossi. Fui Zoff tapando contra el palo derecho. Por un rato fui lo que pude ser pero que no fue. La guerra, el venir a un gran país por parte de mis antepasados y otra historia que nació acá. Alguien alguna vez, en tiempos de comentarista por LT 14 me presentaba diciendo “el tano Re”. Quedó ese sobrenombre que llevo con orgullo. Un modo de vincularme, con la pasión por el fútbol, en una patria grande. Una forma de abrazarme con esa infancia feliz donde fui campeón del mundo en una tarde de julio por la década del 80. Por un rato fui Paolo Rossi, apreté el puño y grité bien fuerte: “Forza Azzurri”.
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