EL BREXIT DE LAS ESTATUAS
A comienzos del año 313, en el Imperio Romano se adoptó una decisión digna de ser escrita para la posteridad con letras de oro: el fin de las persecuciones religiosas. Por aquel entonces, existían cerca de 1.500 sedes episcopales y se estima que entre 5 y 7 millones de habitantes, de los 50 millones que componían su población, profesaban el cristianismo.
En el viaje de la fe, de la catacumba a la basílica, tuvo un papel decisivo Flavia Iulia Helena, madre del emperador Constantino. La fiesta de Santa Elena se celebra en el calendario católico el 18 de agosto. Fue una mujer humilde. Su profesión era tabernera hasta que conoció al soldado Constancio Cloro. Helena no sólo logró que en el orbe brillara la tolerancia, sino que además fue pionera en la ruta a Jerusalén, contribuyendo al hallazgo de las reliquias de la Pasión de Cristo. Nunca soñó con ser cristiana, tampoco quiso ser emperatriz, sin embargo, anheló casarse como toda doncella. Las dos primeras metas le salieron al paso, lo tercero, aparentemente lo más sencillo, no lo consiguió. Ni siquiera el repudio logró borrar de su semblante los rasgos de la alegría.
Quienes firmamos estas líneas hemos analizado la biografía de Helena a partir de las fuentes de la Antigüedad Tardía, y le hemos seguido la pista a ella y a la impronta de su huella en nuestros viajes por Italia, Grecia, Malta, el este de Europa en la confluencia con Asia, Estados Unidos, Holanda, Argentina… Helena es la protagonista de dos de las novelas de María Lara, El velo de la promesa (con la que ganó en 2011 el Premio de Novela Histórica “Ciudad de Valeria”) y Memorias de Helena, la continuación de la saga de la emperatriz peregrina. En El velo de la promesa la portada evoca a Constantino, y en Memorias de Helena a la patrona de la arqueología.
Este verano, con el revisionismo histórico que afecta muy directamente a las estatuas, está en duda cuánto tiempo permanecerá Constantino junto a la catedral de York. Efigie que no se encuentra allí por capricho sino porque, el 25 de julio del año 306 d.C., cuando murió su padre, Constancio Cloro (el que rechazó a Helena para casarse con la hija del emperador Maximiano), las tropas proclamaron Augusto al joven Constantino en Eboracum (York). Y hace 20 años en la plaza sur del templo hicieron esta conmemoración al hijo de Helena.
En el presente, ha habido peticiones ante el arzobispo de Canterbury (primado de la Iglesia de Inglaterra) para que se estudie el conjunto de esculturas desplegadas por los espacios religiosos, tanto en York como en la catedral de Canterbury y en la abadía de Westminster.
Y, después de los ataques a Colón, Cervantes y Fray Junípero Serra en Estados Unidos, parece que le toca el turno a Constantino, el primer emperador que se convirtió al cristianismo y que puso fin a las persecuciones. Lo acusan de apoyar la esclavitud en su época, nuevamente se está sacando al personaje del contexto. El racismo y la esclavitud hay que denunciarlos siempre, mas cabe preguntarnos: ¿cuántas figuras de mármol o bronce quedarán en pie?, si se continúa con esta línea de practicar juicios anacrónicos a los individuos del pasado.
En la era tecnológica, convendría aclarar que, gracias a Constantino, por primera vez quedaron abrigados bajo el mismo manto, el de la tolerancia, el escéptico, el ateo y el creyente. El Edicto de Milán (313), que él proclamó, estableció la libertad religiosa para todos los ciudadanos del orbe y, en consecuencia, reconoció explícitamente a los cristianos el derecho a gozar de tal status. Además, ordenaba que fueran restituidos a los cristianos sus antiguos lugares de reunión, así como otras propiedades que habían sido confiscadas por las autoridades romanas y vendidas a particulares. No fue un “invento” decimonónico la desamortización de los bienes eclesiásticos…
Son notables los pasos que se han dado en los últimos siglos en favor del pluralismo (democracia, constitucionalismo, organismos supranacionales, etc.). No obstante, el Edicto de Milán (y su libertad de pensamiento que se prolongó hasta el año 380) no ha sido igualado. Tengamos en cuenta que, en el siglo XXI, 350 millones de cristianos sufren persecución religiosa y que los ataques han aumentado un 309% en la última década. Ojalá brillaran hoy en el planeta los tintes ecuménicos que elevaron sobre las demás disposiciones imperiales el decreto emitido por el hijo de Helena.
La narración histórica ha gozado de tendencias pero lo que resulta inaudito es tratar de derribar parte de la memoria, condenando a la humanidad a la amnesia. Quizás, en las aulas, cierto día nos toque explicar, a través de la metáfora, que algunos de los personajes inmortalizados por el cincel cogieron el rótulo bajo el brazo y se bajaron del pedestal por voluntad propia. Antes de que los descabalgaran.
Constantino le dio a Drepanum (tierra natal de su madre) el nombre de Helenópolis en el año 327 y erigió estatuas en su honor en Roma, en la naciente Constantinopla y en otros muchos enclaves.
En Reino Unido se ha creado una comisión especial que elaborará una guía nacional para iglesias y catedrales; ahondarán en lo políticamente correctos que son los seres centenarios. Esperemos que la polémica no traiga consigo un Brexit de estatuas.
Doctoras LAURA LARA y MARÍA LARA,
Profesoras de la UDIMA,
Escritoras, Premio Algaba y Académicas de la Academia de la Televisión.