La hermandad de la aquilegia violeta

La hermandad de la aquilegia violeta

Especial para Eco Italiano

 Se acomoda en el banco de madera basta del taller para mostrar una vez más ese rostro que embarga al creador. Sus manos posan de una manera que revela un niño que no está, porque hacer posar dignamente a un bebé lombardo es tan difícil como eliminar las ratas del atelier. Surgen movimientos de las manos del pintor que recrea una imagen preconcebida en su mente y que la modelo ayuda a sacar color a color, línea a línea.

 La misión de la luz es mover la energía por todo el universo y el pintor obra de instrumento. Sabe que a la tarde las cosas lucen diferentes que con la luz de la mañana. Todos somos un cambio constante en función de nuestra luz. En un instante de inspiración, ve el cambio de la mujer que se trasforma en su mente en una Madonna de rostro pacífico y dulce, iluminada por Dios y enmarcada por un rosal y un manzano. Ve también aparecer la forma del niño Jesús, que toma en su mano el tallo de una aquilegia violeta.

¿De dónde provienen los elementos que conforman esa rosa blanca que está detrás de la Madonna? En el origen del universo toda la materia estaba comprimida en un primordio. Todas las cosas del mundo estuvieron alguna vez en ese momento inicial. Esa rosa blanca fue una ínfima parte del átomo universal y ahora se manifiesta en una forma diferente, casi un avatar de las miles de rosas que existieron.

 Bernardino Luini pintó la realidad de su entorno dándole un cariz de misticismo y de amor profundo. La Madonna es la representación de la virgen como madre pero es también un símbolo de la maternidad. Los pintores italianos nos han legado un tesoro de Madonne, cada una con diferentes nombres de acuerdo a las acciones que están realizando o de los objetos inanimados o animados que las circundan por el cuadro, como esas rosas, manzano y la flor de Aquilegia vulgaris que ase el niño Jesús. Esta es la Madonna del Roseto o Virgen del rosal.

El aspecto general del cuadro evoca las figuras de Leonardo da Vinci. El rostro de la virgen es claramente de inspiración leonardesca como así mismo la iluminación y la pacífica gestualidad de los caracteres. Es una obra de una belleza exquisita, un verdadero tesoro para mirar y meditar acerca de la vida, el amor y la eternidad.

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 El parecido con las obras del autor de la Gioconda no es casual.

 En 1482 Leonardo da Vinci fue enviado por Lorenzo de Medici a Milán para ponerse al servicio del duque Ludovico Sforza, el Moro. Su llegada marcó la historia del arte en la ciudad y en los discípulos que tuvo durante su prolongada estancia. El culto que los jóvenes pintores le rindieron emulando su obra generó un movimiento que el tiempo decidió llamar i leonardeschi. Algunos de ellos llegaron a tal nivel de perfección que años después muchos curadores todavía tenían dificultades para diferenciarlos de los auténticos trabajos de Leonardo. Entre las lumbreras del movimiento estaban Francesco Melzi, Bernardino Luini, Giovanni Antonio Boltraffio.

 Uno de los grandes leonardescos es Giovanni Francesco Melzi, un joven estudiante de Leonardo en Milán. Su obra está imbuida del espíritu del maestro y al igual que la de Bernardino Luini abundan las referencias al mundo vegetal. Es esta apreciación de la naturaleza y sus ciclos que le da un signo de distinción al trabajo de estos discípulos. 

 Melzi pintó a Flora, la diosa de las flores y los frutos, en un espléndido cuadro que se encuentra en San Petersburgo y que he visto con mis propios ojos. En esta representación la diosa sostiene entre sus manos una aquilegia violeta, al igual que el niño Jesús de la Madonna de Luini.

 Giovanni Antonio Boltraffio fue otro discípulo del maestro vinciano con quien vivió en Milán y de quien representó un fiel seguidor de su estética y manera de pintar. La Madonna más célebre de Boltraffio es un hermoso conjunto que incluye un elemento dinámico. Al niño Jesús se le está cayendo de las manos una pequeña rosa que busca recuperar extendiendo dos dedos con inocencia.  La mirada de la virgen posee una energía mística asombrosa. El gesto del niño es de decepción y preludia el llanto.

 ¿Qué habrá sido de esa casa con un jardín, un espaldar para sostener un rosal blanco que pintó Luini? ¿Dónde está esa maceta que contenía alguna vez una Aquilegia vulgaris que asía el bebé de la casa desde los brazos de su madre? ¿En que se transformó la flor que dejó caer el niño de Boltraffio? ¿Qué significado secreto tendría la aquilegia para i leonardeschi?

 Tal vez nunca sepamos las respuestas, pero la obra que nos han dejado estos pintores es invalorable. Cada uno de esos retratos revela una parte del maestro que quedo en cada uno de ellos como los átomos del primordio universal que hoy día está en todas las cosas.

 En algún lugar de Milán se reunieron esos ladrillos universales que formaron parte de una construcción cósmica de dimensiones imposibles de estimar. Ese universo fue un cuadro de Bernardino Luini, el sol de la tarde, el basto banco de madera donde posó una mujer para modelar la imagen de una Madonna. El argumento de toda esa historia fue escrito por Dios y por i leonardeschi que jugaron el papel de demiurgos en la construcción de este escenario. Tal vez el secreto de toda esta parte de la creación esté escrito en un alfabeto incógnito que puede leerse en los pétalos de las aquilegias de los campos de Lombardía.

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 La mujer, plagada de hastío por estar quieta mucho tiempo, le saca la lengua al pintor que no le está prestando atención. Bernardino levanta la mirada para buscar un detalle en la nariz y encuentra los ojos inciertos de la joven, que padece un ligero estrabismo. La mujer se estira los lóbulos de las orejas entre el pulgar y el índice y con los meñiques se estira la piel debajo de los ojos generando una figura absurdamente divertida. Se ríen al unísono y se toman un descanso alargando los besos. En un momento pletórico de silencio el pintor pasa el dedo por los pétalos de la aquilegia violeta en la maceta de cerámica blanca.

Esa noche Bernardino mirará al niño con otros ojos.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 9 de diciembre de 202

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