El hijo del sastre y la dama del sillón de ruedas

de Florencio Nicolau

El hijo del sastre y la dama del sillón de ruedas

Especial para Eco Italiano

La loggia de la plaza de la Santa Croce pasa ante mis ojos a través de la ventanilla de un taxi y pienso en ti, nuevamente. Un pensamiento que está anidado, una nota persistente, un sueño reiterativo. El calor de la siesta, el frescor de la tarde en el Arno paseando a la vera del lungarno Aldo Moro y mirando los patos que nadan en el agua inconscientes que esta ciudad es el átomo primordial del arte europeo. La perspectiva de los puentes sobre el río y la imagen de la parte alta, remozada primorosamente y vestida con ginkgos es una delicia. Dame tu ciudad Andrea, tu arte, tu curioso apellido consecuencia de la profesión de tu padre.

 Andrea es en la infancia la imagen de una Madonna en una enciclopedia de mis padres, costosa, querida y amable. La virgen sostiene al niño Jesús con manos grandes y fuertes de campesina de la Toscana, flanqueada por san Rafael y Tobías. Jesús —cuyo modelo ha sido el vástago de una familia de buen comer— busca asir con las manitas una de las aureolas mientras expone al aire toda su masculinidad en una inocencia permitida. ¿Quién es el niño y la mujer que caminan detrás de la virgen? El cuerpo del pequeño se deja ver a través de la aureola de uno de los santos, dándonos un indicio de que la materia que la conforma deja pasar la luz. Fuiste el primero en darnos este indicio y por eso comencé a admirarte, Andrea. 

 Brillante pintor al fresco y de retablos de iglesias representaste el mundo tomando como modelo a la gente de la calle y del campo, llenaste los nacimientos y descendimientos con muchachitas campesinas y labradores que lo único que sabían de Dios era el padrenuestro y pasaban su vida haciendo almiares de sol a sol, solo recompensados por hijos y vino en la cocina.

Estás en todos lados. En la mañana, en la tarde, en las manchas de humedad de las paredes de un frontón de un club de barrio cuando el verano pasado comía pescado y encontraba similitud entre tus Madonne y esos dibujos.

 Tus colores son algo digno de Dios, que puso en tus ojos una paleta curiosa y personal.  Es una fantasía de sepias y de rosas únicos los que se han convocado en el cuadro de la Madonna del Museo del Prado que contempla con paz los rostros de sus acompañantes. Andrea, has hecho de la luz una forma de sonido trocando las longitudes de las ondas para hacer una obra total, impregnada de todos los fenómenos de la naturaleza.

Dime Andrea por qué me guiñaste el ojo y me dijiste que tenía que ir a Italia de vez en vez a sentir los pájaros y las lagartijas, el gentil vino, los gritos en las calles de Roma, el sonido de los pasos en esas iglesias barrocas, interminables. 

Dime Andrea por qué pasee a mi madre en un sillón de ruedas por El Prado buscando tus cuadros y nos devolvimos alegría y luz a nuestras vidas, color en las mejillas y risas en las habitaciones de los hoteles.  Fue un encuentro, el último de nuestras vidas pero el mejor, el momento en que supe que era digno de tener una madre como la que tuve y de descubrir que mi utilidad era completamente diferente a la que había concebido durante casi cincuenta años.

 Nuestras aptitudes están ocultas y a veces la visita a un museo es el mejor subterfugio para que dos personas se encuentren. Mi amor es el amor de todo hijo por su madre pero la manifestación que se dio en ese momento en que nos unió un sillón de ruedas fue una revelación acompañada por imágenes que iban pasando por nuestra vista y nuestra alma. Estabas tú delante de nosotros con tu Madonna campesina, con Tobías y Rafael y un niño Jesús inquieto que quiere jugar con la aureola de un santo. El bullicio del museo se fue apagando hasta que quedamos mi madre y yo— sosteniendo un sillón de ruedas— y tú, el hijo del sastre. 

 Te entreveo en la hora sin sombra encerrado en tu taller de Florencia con tus pinceles y tus ideas, con la cabeza circundada de colibríes que buscan un descanso en tu cuarto escapando del calor. Tal vez los colores de esos minúsculos seres dieron el tono de la túnica de una Madonna o de las campesinas transfiguradas en mujeres palestinas adorando a un niño Jesús desnudo y lleno de luz. Los jardines de la ciudad se asoman por los tapiales buscando la gloria del sol toscano que iluminó la mente, los lienzos y las tablas de una pandilla de genios que decidieron cambiar la historia del arte. Andrea es una bendición que ha tenido esta ciudad.

Andrea d’Agnolo di Francesco di Luca, maravilloso traductor de sombras, hijo del sastre, conocido como Andrea del Sarto, da luz a lo que queda de mi vida como lo has hecho hasta hoy.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 29 de diciembre de 2023

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