Divino

Divino

Especial para Eco Italiano

 La eternidad no existe para que perduren los cuerpos corruptibles sino para que las almas de los píos y temerosos de Dios se proyecten en un espacio temporal inconcebible para la mente humana. Pero la preservación del alma en el cuerpo es tu misión, dejar que se trasluzca en tus caras y tus manos pintadas la esencia misma del alma incorpórea que da un hálito de vida a la carne. 

 Dios creó todo esto sabiendo que el principal dolor del hombre sería la contemplación de su propia decadencia, la constatación de la inefable decisión de la muerte de acercarse todos los días un poco más. Lo irreal puede trocarse en realidad cuando el contemplador del mundo va más allá de las fronteras del pensamiento y has decidido dejarnos almas pintadas en forma indeleble. La ubicuidad de Dios es una de las fuentes de inspiración más fuertes para la creación de tu obra y tus rostros, divino.

 Los rostros son tu religión. Esos ojos de miradas sesgadas que parecen provenir del más allá; la contemplación de las madres hacia sus hijos en una ternura ingénita que no es comprensible para los mortales y que puedes plasmar con la facilidad de un ser acostumbrado a departir en rueda de ángeles. Si pudiéramos desproveernos de nuestros desaciertos y dolores, perjuicios y sinsabores de la fortuna nuestras facciones se parecerían a las que pintaste. Hay quienes dicen que nuestro verdadero semblante, el auténtico es el que tenemos cuando estamos solos y no debemos fingir un papel ante el teatro del mundo. Tus rostros son el del mismo Dios, divino.

Cuando eras un adolescente, recuerdas, hiciste un autorretrato con unas líneas salidas de algún lugar de mente y alma y no del taller de algún soberbio maestro. Las líneas seguras perfilan el rostro angélico de un creador, un dador de vida a las imágenes de los devocionarios y de las iglesias, de la infancia del dulce Jesús y del pequeño Bautista, a menudo trenzados en un pueril encuentro de manitas bajo la mirada de la Virgen que observa con devoción preclara y sincera.

Un día en el somnoliento calor de la siesta, en la modorra postrera al almuerzo tuviste una visión: en el cielo tereunías con una corte de asesores representados por los seres reconocidos por la angelología:serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles para que te sugirieran la manera de pintar el rostro de una Madonna o el temperamento de un Juan Bautista. Pero esas cortes celestiales no te respondieron, sino que se arrodillaban a tu paso, divino. Al final de un largo pasillo luminoso te esperaba una mujer de belleza inusual con rasgos italianos estilizados, la idea platónica de las campagnole de la Toscana o Umbría, o de alguna muchacha núbil que viste en tu infancia asomado a la ventana de tu casa en Urbino. 

 Te quedaste jugando con los cubiertos y mirando el estaño de los platos donde quedaban unos restos de fideos al pesto, mirando el borde haciendo círculos con la cabeza, siguiendo con los ojos fijos la curvilínea forma. El movimiento lento, pero continuo y acompasado te llevó a concebir la imagen de una mujer en un paisaje terreno pero con elementos de la visión celestial que habías tenido.

 Esa tarde, sobre una tabla, esbozaste una figura erguida sosteniendo a un niño en los brazos. Una composición sencilla, un manto azul ribeteado de verde y un vestido rojo. El niño desnudo descansa con naturalidad sobre una mano que le sostiene las posaderas. No miran al contemplador sino que cada uno está concentrado en algo que está fuera del cuadro, más allá de los ojos que los miran y de la mano que empuña el pincel.

Siempre cercano al cielo terminó tu estadía terrena en un Viernes Santo.  No podía ser otro día el de tu despedida, tú que puedes ser comparado con dignidad y justicia como una categoría más de los ángeles del cielo porque tú, divino —que llevas un nombre de arcángel— eres el décimo ser celestial que completa las nuevesjerarquías. 

Tú eres digno de ver el rostro de Dios, tal vez el mismo que en diferentes esencias y formas pusiste atomizado en las diversas caras de tus cuadros, de tus ángeles santos y Madonne que legaste a este mundo terrenal y corrupto, herido por lo concupiscencia y por los pecados de fornicación, adulterio, falso testimonio, robo, hurto, soberbia, sacrilegio, perjurio, alcoholismo y engaño que son las manos que le dan forma  a la arcilla del mundo desde los siglos de los siglos, a los que habría que agregar—porque el mundo antiguo no los conocía— la corrupción política, la destrucción de la naturaleza, el abuso de fármacos, el desprecio por los ancianos y los enfermos, la mercantilización de la salud, el derroche fatuo en las clases acomodadas. Por eso es que contemplar tu obra es un placer para los sentidos y una forma de redención, divino.

Sean tus visiones eternas y permanezcan la paz de tus rostros en las almas de quienes te contemplamos en franca devoción. Perdure tu obra por los siglos de los siglos y continúa vivo en las miles de personas que te admirarán por siempre, divino Rafael.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 6 de enero de 2024

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