Amada Leonor

de Florencio Nicolau

Amada Leonor

Especial para Eco Italiano

Amada Leonor, estoy llegando. Espérame un poco; debo terminar con los trámites del aeropuerto, conseguir un taxi y alojarme en el hotel. No te preocupes, estoy llegando para verte, luego de años de conocerte por fotos y bañarme en tu belleza y esplendor. El día y la hora señalada se acercan. Espérame, Leonor.

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 La mujer se pasea en el corredor luminoso y el sol de la tarde baña todos los detalles de la estancia en una sinfonía de tonos y de reflejos. Las perlas iridiscentes, el encaje de Holanda, los aros que se mueven en un vaivén acompasado con los pasos ansiosos que se ocultan debajo del guardainfante. Leonor, dama de alcurnia y sólido abolengo sin mella, de casas entrelazadas entre guerras y tratados espera que llegue a la cita al perpetuador de su imagen.

 Se trata de Agnolo di Cosimo, apodado Bronzino, referente destacado del movimiento manierista, un complejo puente entre el renacimiento y el barroco, una forma de arte amante de los artificios y de una nueva manera de enfocar los rostros y las expresiones. Los manieristas juegan con cosas que los renacentistas no se habían atrevido: deformar las caras, estirar los cuerpos, pintar semblantes bajo una óptica psicológica, usar las líneas curvas con soltura y libertad.  Pintan sus creaciones basándose en las característica de algunos grandes maestros sin dejar sus ideas personales, por eso dicen que pintan a la maniera de algunos de los grandes pintores. Una obra se destaca dentro del movimiento, La virgen del cuello largo, obra en que Parmigianino asombra al mundo de la época. Los manieristas son pintores de la corte y la aristocracia.

 Bronzino se dispone ese día a comenzar un retrato de Leonor Álvarez de Toledo y Osorio que lo espera con la impaciencia característica de las personas acostumbradas a dar órdenes y tratar a todos como si fueran sirvientes. Salamantina, de recio temperamento español y duquesa consorte de Florencia, esposa de Cosimo I de Medici e hija del virrey de Nápoles. Leonor, desde su llegada a Florencia, ha habitado en tres de las casas más importantes de la ciudad: el Palacio Medici Riccardi, el Palazzo Vecchio y el Palacio Pitti. Bronzino comienza a esbozar la figura de la noble dama: está por nacer uno de los más grandes retratos de la historia de la pintura.

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 El Retrato de Leonor Álvarez de Toledo y Osorio junto a su hijo Giovanni es la apoteosis de la pintura manierista. Los brazos curvilíneos, la enigmática mirada que contiene y trasunta una serenidad extraña de definir. Se percibe el poder pero también el orgullo de madre con el pequeño heredero. Pocas veces se ha logrado algo sublime en un retrato de alguien conocido y marca un punto de inflexión en el arte de representar personas principales e influyentes. Casi se podría decir que vemos una fotografía de Leonor y que la viveza de su expresión es un recordatorio de lo efímero de la vida, ya que el personaje que luce una belleza terrenal con su vestido y sus aderezos tiene algo de memento mori.

 Detrás de la mirada célebre se intuyen muchas cosas más allá del arte. Hay historias de poder y de política. Leonor está mostrando al mundo europeo a un hijo sano de Cosimo de Medici. (Ese niño con solo diecisiete años vestiría un solideo cardenalicio). La madre está orgullosa y su sonrisa es una expresión de la seguridad que le brinda el poder y la pertenencia a las casas más importantes de España e Italia. No es la sonrisa beatifica o enigmática de la Gioconda. Leonor se impone ante el mundo con su gesto y con la mirada que acompañan sus labios. Lo que Bronzino logró fue pintar una historia de Europa en la imagen de una madre.

Curadores, historiadores, estetas, mujeres y hombres destacados del mundo del arte suelen decir que este es uno de los mejores retratos de occidente.

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 Veo el retrato en una de las paredes de la sala 65 de la Galería Uffizi, una de las delicias más grandes con que cuenta la ciudad de Florencia y que atesora algunas de las obras de arte más importantes del renacimiento italiano. Un lugar para disfrutar de la evolución de la pintura y la escultura de la Italia de los Medici, de los Strozzi y los Pazzi, linajes de mecenas que nos dejaron sus esplendidos palacios almohadillados pletóricos de obras de arte.

 En esa sala coincidimos, Leonor y yo juntamente con otras obras insignes de Bronzino.

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 Después de un largo periplo sobrevolando el mar océano he podido encontrarme cara a cara contigo, mi amada Leonor, con tu vestido recamado y tus perlas pendiendo de los sonrosados lóbulos de dama majestuosa. Por fin puedo mirarte a los ojos directamente y sentir que eres la mujer más bella que he tenido el gusto de conocer aquí en Florencia, donde te exhibes con cierto recato regio que deslumbra a quienes te contemplamos. Leonor, mi bella y amada Leonor, con tu sonrisa compartida entre labios, ojos y alma y que influyes un hálito divinal en el cuerpo de tus admiradores. Quiero ser tu único festejante y soñar todas las noches de mi vida contigo. 

 Eres de una belleza que escapa a las definiciones —aunque definir lo bello siempre ha sido complicado— y tu presencia se emparenta con la apertura de las flores luego del invierno, las aves migratorias, las estrellas entre las nubes luego de la tormenta, sensaciones que ha inventado alguna deidad para recordarnos que estamos vivos y que no debemos dejar abandonada la alegría que podemos tener al contemplar esos fenómenos.

 Tú has vencido al tiempo y permaneces siempre fresca y actual porque pareces ser una mujer cuya existencia es tan real como la de cualquiera de las italianas que veo caminando en su trajín diario por el Ponte Vecchio. Esta es nuestra mañana, Leonor Álvarez de Toledo y Osorio, hija del virrey de Nápoles. Que no sepa tu marido Cosimo, gran duque de la Toscana que siempre estuvimos enamorados.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 12 de enero de 2024

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