De Florencio Nicolau
Los ojos de Guido y James
Especial para Eco Italiano
Hay una anécdota que nos habla acerca de una enunciación que hizo el genial pintor de Massachusetts, James McNeill Whistler. Cuando sus colegas y amigos discutían en un clima de profundidad intelectual sobre el significado del arte, exclamó: art happens, es decir el arte sucede, ocurre. Muy variadas son las interpretaciones de esta sentencia que ha quedado grabada a fuego en todos los aficionados o profesionales del arte. El arte no tiene exactamente una razón de ser; el arte es arte y se sostiene por sí mismo. El arte, sucede.
La primera vez que puse los pies en un museo europeo ignoraba quien era Guido Reni por la falta de cultura que conlleva ser un adolescente. Recorriendo los pasillos de varias galerías descubrí que cada vez que me gustaba un cuadro llevaba la firma de este notable pintor de Boloña. Me percaté que había conocido algo por la experiencia y no por la simple lectura de enciclopedias. Si, Guido Reni se presentó ante mí en vivo y en directo. Agradezco a la vida que me haya permitido esta experiencia.
No soy un gran conocedor de arte pero sí un amante fiel. La inquietud, acicateada por la soledad, me ha llevado a experimentar las delicias de la contemplación de una pintura, escultura o el ejercicio de la lectura. Los italianos me han sido caros la vida entera con su corpus de grandes obras y de personajes entrañables como Leonardo, Rafael, Vivaldi o Bernini. Guido Reni es, sin embargo, el producto de un descubrimiento y por eso lo atesoro como algo especial, diferente.
La imagen que hizo de Santiago el Mayor o Santiago de Zebedeo, hermano del Apóstol Juan y uno de los discípulos de Jesús, es una delicia. Representa al primer líder de la iglesia, aquel que quedó en Jerusalén y que se comprometió a conducir a los seguidores de Jesús. Hay algo difícil de explicar en la pintura y es el hecho de ver al Salvador en lugar de Santiago. Guido Reni no los separó, no obró en su imaginación alguna forma de distinguirlos sino que los hizo uno solo. Esta representación es la de un Cristo universal y lo que quiso decirnos Guido es que en el sufrimiento o en nuestra bondad, todos somos algo de Jesús. Si no se nos informa que el hombre que sostiene el báculo es Santiago, todos, absolutamente todos diríamos que es Jesús, el hijo del carpintero.
Cristo coronado de espinas es una de las imágenes más reproducidas de Guido Reni. Se podría decir que Guido puso en el imaginario colectivo una idea del rostro del Salvador. Muchas estampas que se reprodujeron en el siglo XIX y XX están claramente inspiradas en la representación del pintor boloñés. Es fuerte.
Hay algo singular y definitivo en la admiración que tengo por este pintor: los ojos. Las miradas de los representados por Guido poseen el don de lo inmaculado, transparentes. Guido Reni es, se podría decir, un pintor de ojos y de miradas. Las expresiones extáticas de los santos y de seres mitológicos son un sello de su obra. He sido un hombre mirón toda mi vida. Gasté mis ojos mirando estrellas, escarabajos, malezas y cuadros. Mirar es una forma de expresión a través de los ojos que son los órganos que traicionan nuestro estado de ánimo. Los artistas marciales chinos ponen particular acento en la mirada cuando se practica kung fu o taichí. Dios es representado como un ojo que todo lo ve. En la sociedad de hoy, para muchas personas, está mal mirar. No está mal si se lo hace con respeto y admiración. Y este pintor manifestó esto en sus cuadros, el arte de la mirada mística.
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James McNeill Whistler ganó su inmortalidad en 1871 con un retrato de su madre titulado Arreglo en gris y negro nº 1. Pareciera ser que con esta obra afirmó su sentencia el arte sucede, pues es la figura de su anciana madre en un momento de reposo en una silla, un instante que visto en la vida cotidiana no nos diría nada. Pero los artistas saben ver detrás de esos instantes.
Guido Reni hizo del misticismo una forma del arte pero también pintó seres de carne y hueso, volubles, mercuriales. Plasmó en un cuadro a su mamma. Es la imagen de una italiana de gesto adusto, algo irritable al parecer pero con una sonrisa potencial que no alcanza a resolverse en un acto pero es, al fin, la representación del alma que su hijo vio en ese rostro. Creo que hay cierto paralelismo entre los dos cuadros aunque estén distanciados por siglos.
La posibilidad de haber visto pinturas y arte en mi vida es una compañía entrañable. Caminar pensando en estas joyas pone una agradable sensación de integridad, de tener una entereza en las acciones basadas en el valor de la auténtica belleza. El arte nos ennoblece nos hace mejor personas. Por eso es que las apariciones de vez en vez de cosas que llamándose arte rayan en la abyección hacen mal al pueblo y a las personas. Guido Reni es todo lo contrario. Su sola existencia es la energía para seguir indagando en el mundo de la estética y de la curiosa forma de expresión que el ser humano, bípedo, mamífero y controlador del fuego comenzó una tarde de lluvia pintando cosas en las paredes de una caverna.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 17 de febrero de 2024