La calle

de Florencio Nicolau

La calle

Especial para Eco Italiano

 Estoy en la calle.

¿La hora? Creo que mediodía. Sí, es la hora sin sombra en que las lagartijas se acomodan bajo las piedras buscando escapar al tormento del calor porque la piedad de Dios (esa que nos permite cometer pecado y después arrepentirnos) no vale aquí. 

No percibo olores.

La calle está en ninguna ciudad, en ningún país, en ningún planeta. La calle consolidada de luz solar y vestida de colores reticentes a una definición es una parte del universo que representa a todas las partes. No sé como llegué ahí, simplemente empecé a caminar ensimismado y me encontré en el medio de este paisaje. La recova rememora épocas coloniales, de glorias pasadas pero también tiene un aire extraño que evoca ruinas de otro planeta.

No sé como llegué a la calle ni sé como saldré de ella pero en tanto, debo vivir la experiencia de estar atrapado entre mundos, entre dimensiones que no son exactamente conocidas. La presencia solar es inmanente al paisaje, una luz que estará ahí por siempre como si la calle fuera un lugar en donde la noche no llega nunca.

***

La noche no llega nunca.

 Es un atraso temporal inentendible para los pobres humanos que estamos acostumbrados al ciclo de las estaciones, al devenir de la vejez, a los vencimientos de facturas, a los límites puestos por la naturaleza y la humanidad al feliz desarrollo de nuestro espíritu.

 La calle no tiene noche, es siempre de día.

Camino desesperanzado por la recova y tengo la sensación angustiante de despertarme en mi habitación de niño, cansado por los juegos del día y no poder orientarme, esa curiosa sensación de no saber en dónde está la puerta, la ventana. Por una de las esquinas de la calle observo a una persona que se va definiendo conforme camina hacia mí. Es la tía Tota.

 La tía Tota con todas sus ocurrencias, sus vestidos, estampas y relatos de su vida en el campo. Ha renacido y está ahora en la calle. No es la tía Tota centenaria que se fue un domingo a la noche en una clínica geriátrica de calle La Paz sino la tía Tota pletórica de vida y fiestas, joven, la que no conocí.

—Negrito, ¿qué es esto?, pregunta mirando azorada las casas a su alrededor. Viste una piel negra y unos aros de calidad, con el garbo y la presencia de las damas refinadas de los años cincuenta del siglo pasado.

Se acerca un hombre adusto vestido en un soberbio traje con chaleco y zapatos perfectamente lustrados; es Adolfo Perotti, el tío Perotti.

—¿Dónde estamos?, pregunta a secas.

Nunca hablé con el tío Perotti, era un hombre demasiado importante para que un niño como yo le dirigiera la palabra y ahora la calle me lo pone delante de mí, en mis manos. Tengo el poder de contestarle. Contestar es tener poder, nunca me había dado cuenta. Hay gente que no puede contestar preguntas porque no tiene poder.

Me armo de consciencia, esa es la expresión y le digo mientras miro de reojo a la tía Tota: Estamos prisioneros dentro de un cuadro de Giorgio de Chirico.

Tío Perotti me mira azorado y dice: ¡a la pelotita!

Por una de las recovas de la calle, Toto Premassi pasea junto a doña Delmira, la madre de tío Perotti. Es una mujer anciana, con el rostro surcado por el vicio de la vida. Se miran un momento el uno al otro y se vislumbran sonrisas inentendibles para el resto. Han acordado algo, la calle les ha permitido encontrase el uno al otro y así mismos, porque la calle es el lugar en donde se producen encuentros.

La tía Tota mira a Adolfo Perotti desesperada: —tío Perotti, ¿no quiere un cafecito?. La miro con resentimiento y la vuelvo a la realidad.

—Tia Tota, no ofrezcas nada porque no hay ni agua, estamos en la calle.

 Una mujer se asoma a un ventanal en camisón y le dice a la amiga: te dejo porque estoy desde la mañana con un café y una galleta. Una transeúnte anónima se da vuelta y exclama: ¡¿con un café y una galleta?!: ¡Jesús, María y José!

Veo en una ventana a doña Pierina, mi vecina italiana de la infancia, al coronel Osorio, a Juan Carlos Carrivali estudiando al piano una sonata de Haydn. Me veo a mí mismo.

A mí  mismo.

¿Qué hago en esta calle, rodeado de los muertos que son mi vida? El paisaje es ominoso por momentos, los personajes van apareciendo en la calle como si estuviera saliendo entre bambalinas, cada uno con un rol aprendido a la perfección. La calle es un escenario donde las existencias pasadas de mis mayores y de la gente que alguna vez fueron parte de mi vida se exhiben de una forma natural, como verdaderos habitantes de esta ciudad  secreta y elemental. Las mujeres y hombres aparecen repentinamente en este cuadro en el que entramos todos sin saber la razón.

***

Giorgio de Chirico nos somete a un ejercicio de teatro de títeres en donde nosotros nos perdemos contemplando sus cuadros y viajando a una eternidad en donde todo vuelve a aparecer. Por eso es que mirar un cuadro de De Chirico es evocar, recordar.

Giorgio de Chirico nació en Volos, Grecia en 1888 y falleció en Roma en 1978. Es uno de los más grandes pintores revolucionarios que dio Italia al planeta.

Se lo considera el inventor de la pintura metafísica.Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 23 de febrero de 2024

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