Programación lineal

de Florencio Nicolau

Programación lineal 

Especial para Eco Italiano

¿Qué es esa luz que surge desde aquel punto de la imponente sala palaciega, llena de gente anónima que va y viene? 

 De repente, como una epifanía, aparece la imagen de una mujer niña, entrando en la nubilidad, jugando con un niño que mira concentrado las flores que sostiene su madre. El sonido cesa de repente y todo se concentra en la belleza de ese cuadro, donde hay una ventana de curiosa factura que deja entrever un pedazo de cielo de la Toscana o Umbría.

 La sonrisa de la mujer niña toma por sorpresa por la vivacidad y por el deseo de jugar con su hijo. Es una sonrisa auténtica pero beatífica, es la expresión humana más apreciable que tenemos pero transformada en un elemento espiritual. No en vano el artista es famoso por las sonrisas que creó. El niño está celebrando una comunión, tal vez por primera vez, con la naturaleza a través de esa pequeña inflorescencia que la madre sostiene para deleite del pequeño ensimismado.

 ¿Qué pensamientos pasaron por la niñez de Jesús cuando María le mostraba las primeras cosas? Nunca lo sabremos pero seguramente el niño descubriría el mundo a través de sus ojos y sus manos, escuchando rebaños en la lejanía árida, oliendo el extraño perfume de los paisajes de medio oriente.

 Con la Madonna Benois, Leonardo inició la costumbre de representar a María y Jesús como madre e hijos humanos, con caprichos y ternura. La mirada de María adolescente hacia el niño es única, subyace un acendrado naturalismo en el cuadro que nos lleva a pensar en una mujer Toscana jugando con su niño vista a través de una ventana por Leonardo.

 Reflexionando sobre estas cosas miro embelesado la pintura protegida por fuerte seguridad. Quito la vista del cuadro y muevo lentamente mis ojos hacia el gran ventanal de la sala. Allí, afuera con unos cinco grados de temperatura a comienzos de primavera, se extiende San Petersburgo.

Siempre digo que Rusia es una de las maneras de conocer Italia.

***

Leonardo da Vinci es un pintor y hombre de ciencias controversial. Se dice que es un genio aunque la mayoría de las invenciones que hizo solo quedaron en el papel o simplemente no funcionaron. No soy quien para discutir estos aspectos. Pero está claro que fue uno de los italianos más célebres y uno de los grandes creadores de iconos. La Gioconda es un cuadro que dista de ser el mejor que pintó pero es un símbolo del arte en occidente, el referente obligado cuando pensamos en pintura. La sonrisa misteriosa de la retratada aparece de manera más cautivante en otra tabla que está a pocos metros. Se trata del extraño y singular San Juan Bautista, una de sus mejores obras. 

Cuando me enfrenté a este cuadro solo pude decir una palabra: magnífico.

***

 Posa el hombre en actitud reflexiva simulando la sonrisa que el pintor ve por encima de la tabla de madera que sostendrá la imagen de un santo, si lo quiere Dios. Un joven de pelo ensortijado, una colección de rulos que semejan al Divino Cordero que alguna vez un profeta vez anunció en un río que discurre en un país árido. El pintor se sobrecoge ante la imagen beatífica y de ojos color miel que lo miran portando la sonrisa en ellos, no en los labios. Es difícil resistir a la humanidad entera pensando en la divinidad. El pensamiento se asienta lentamente en la mente y el alma del hombre que pinta. El hombre que posa lo mira una vez más sintiendo, no solo oyendo, el pincel que se desliza sobre la madera. 

 Desde ese momento se ha establecido una relación binomial entre hombre que pinta y hombre que posa. La intersección de las dos vidas dará un resultado que aún no conocemos, ni ellos ni nosotros separados por el tiempo, y que será el mejor, el más perfecto de los posibles. El hombre que pinta piensa en su madre, esclava de algún remoto país. El hombre que posa piensa en el devenir de la vida y de unas flores que colectaba en la Toscana ante la mirada sonriente de su madre ya anciana, pues fue vástago que retoñó de árboles viejos. 

 Pintor y modelo se miran un instante. Son dos líneas que se intersecaron en ese momento de la vida y saben que deben aprovechar el máximo beneficio para su existencia. Bajan al mismo tiempo la mirada. El artista mueve el pincel sobre la tabla de madera donde ha distribuido, un tanto desprolijamente, los colores que está usando para su creación. Se pierde en el remolino de la pintura que gira, gira, gira a medida que las cerdas del pincel van mezclando los pigmentos con el aceite. La necesidad de levantar la vista es acuciante pero no se anima a hacerlo. Piensa en su madre, esclava, proveniente de tierras lejanas, poblada de bárbaros y con costumbres asombrosas para la gente de aquí. No tiene la culpa de llevar en la sangre la simiente de amores incomprendidos, de otras flores y pájaros que sobrevuelan llanuras extensas. La música del viento, el sol en la nieve y también los balidos de los animales y graznidos de las aves de ese país poblado de gentes envueltas en pieles se confunden con el suyo, el que le tocó en suerte pisar a diario como un predestino de Dios. Dios, esa es la palabra, el culpable de sus necesidades, de su condescendencia a lo diferente, a la creatividad, al dolor contenido por no poder manifestarse de la manera que quiere, al amor sin concesiones. Con todo esto en la cabeza levanta la vista para corroborar (lo sabía) que el modelo está sonriendo tiernamente y lo mira con esos ojos de miel enmarcados en la cabellera enrulada. El muchacho le señala el cielo como indicándole algo que nunca, nunca, sabrán que es. En la vida no hay que saber que son las cosas, solo hay que experimentarlas. El pintor deja la tabla de colores y avanza con el pincel hacia el muchacho sonriendo que se mantiene estático con ese misterioso dedo elevado hacia el cielo. El pecho desnudo, las piernas expuestas impúdicamente. El pintor acerca el pincel al torso del muchacho y comienza a dibujarle figuras curvilíneas con diferentes colores. Una línea hacia arriba por sobre las tetillas que se prolonga hasta abajo del sobaco, luego el cuello, las mejillas los párpados que pinta exageradamente como una buscona de burdel. Luego los labios y la otra parte del cuello. Se abrazan lentamente esperando que el momento no termine nunca, luego los labios unidos y las impiadosas (sí, impiadosas), lenguas que viborean dentro de cada una de las bocas con sabor a óleo, ungiéndose mutuamente en una comunión de amor y deseo.

 El retozo en el sencillo tálamo se prolonga por varios minutos, manos que buscan manos, las caricias en el vello púbico, las lenguas en las orejas, mordiscos en el cuello y el canto de los pájaros que no cesa tras la extraña ventana. Luego el mar y el sol, el primer día de la creación, el primer pecado, la expulsión.

 De repente el modelo observa en el entresueño un rostro que surge de la nada. Del mismo aire se prefigura una cara de un hombre muy delgado y de barba gruesa que se acerca sin pedir permiso y dirige los ojos hacia los suyos y lo mira embelesado. Lleva una prenda que parece ser de piel de un animal, cubre sus piernas con unos calzones, o como se llamen, de material azul, algo basto pero elegante. Se acrecienta un murmullo de gentes. El extraño lo mira a los ojos, a centímetros de su nariz y exclama, algo extasiado, una palabra que le suena familiar por la similitud del idioma: Magnífico.  El individuo delgado se retira, por un pasillo enorme —ahora ve con más claridad— en cuyas paredes cuelgan centenares de cuadros.

 Amanece. El pintor tiene entre sus brazos al hombre que bautizaba con agua en las riberas del río Jordán.

***

Los pasillos del Museo del Hermitage en San Petersburgo albergan sorpresas. Joyas del arte renacentista italiano que dejan a los visitantes boquiabiertos. El museo es una belleza en sí, un antiguo palacio de los zares convertido en Museo de Bellas Artes. En una de las amplias salas se exhibe otra de las curiosidades de Leonardo. La representación es diferente a la Madonna Benois. Aquí hay introspección en la Virgen y un niñó Jesús de cabello fosco, mirando hacia fuera del cuadro. La Madonna Litta es otros de los trofeos que uno se lleva al visitar estas salas. Se la conoce también como la Virgen de la Leche, dado que María está amamantando al niño quien, casi imperceptible a primera vista, está asiendo un pajarito.

Han discutido la autoría de Leonardo y hay curadores que ven en los trazos la mano de otro grande: Giovanni Antonio Boltraffio.

 Leonardo da Vinci es un icono en sí mismo. La historia urdida entre sus patrones y los personajes que lo conocieron, los amores apasionados con sus discípulos lo han revestido de una pátina de misterio, romanticismo y leyenda. Se han reconstruido sus diseños y se ha estudiado su obra hasta límites insospechados. Su rostro anciano y barbado es uno de los temas preferidos en las remeras que se venden en los tenderetes de la Piazza della Signoria en Florencia. En los últimos años se ha especulado con la posible ascendencia circasiana que tenía a través de su madre. Escuché en Rusia una leyenda que habla de un extraño italiano que trabajó en la construcción de una iglesia ortodoxa. Según el relato habría sido Leonardo.

Sea como sea Leonardo da Vinci está en un sitial de honor en uno de los museos más importantes del planeta con dos de sus Madonne. Los rusos sienten un orgullo impar de llevarnos a los visitantes a ver estas dos joyas del Renacimiento al que tanto idolatran.

 Camino por los grandes salones del Museo del Hermitage sintiendo los patines de tela sonar por el piso. Los rusos cuidan sus museos al grado tal de evitar que dejemos marcas en el hermoso parquet de abedul de Carelia que recubre el suelo.

 Miro los techos labrados de la galería de los Uffizi en busca de una Anunciación. Busco en el Louvre a San Juan Bautista. Imagino a Leonardo en una mañana de frío caminando entre casas de madera en la lejana Moscú del siglo XV, un hombre de barba soñando las mil y una ideas —posibles o no— mientras ve el humo de las chimeneas vestir a la primitiva ciudad. Leonardo está en todas partes.

Pero en algún momento, nuestras líneas de vida se intersecan en el máximo beneficio posible.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 2 de marzo de 2024

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