El águila de Carrara

de Florencio Nicolau

El águila de Carrara

Especial para Eco Italiano

La luz lechosa me baña en fotones de energía surgidos en el inicio del Universo. La energía de las estrellas fue mi fragua, el poder de formar cada una de las moléculas de mi materia. Estuve encerrado en lo más profundo de uno de los mundos subsidiarios de un astro amarillo y pequeño, perdido en una isla de materia y energía rotante. Mi espíritu vivió concentrado entre los cristales de mi materia hasta que viniste tú y me diste la libertad.

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 La lluvia sigue calando en la fila de entrada a la Galería de la Academia en Florencia. Grupos de turistas con impermeables transparentes y paraguas descartables, charlando en idiomas que van desde el japonés hasta el sonido de la lengua de México esperan ansiosos e indiferentes al agua.

 Mientras esperamos que abran la Academia evoco todo los recuerdos que tengo del artista. Un hombre cotizado por sus trabajos, un escultor insigne que dejó algunas de las obras más importantes de la historia desde los antiguos griegos y que incursionó en la poesía con cierta felicidad, plasmando miles de sensaciones que hoy podemos leer para reconstruir su compleja personalidad. El azar y algún capricho lo llevaron a la pintura, dejándonos una obra ingente en el techo de una capilla, padeciendo mientras trabajaba en posiciones incomodas. Miguel Ángel es una de esas figuras que son un icono y que están arraigados al imaginario colectivo con la categoría de gran artista.

 Su David, expuesto en la Academia de Florencia, convoca cada año a miles de personas como yo que estoy esperando bajo la llovizna para mi primera cita con el joven rey. También se puede apreciar su genialidad  en sus obras inconclusas. Aquí en la Academia se pueden ver los esclavos que había proyectado para la tumba del papa Julio II. El efecto es impresionante dado que estamos asistiendo al parto de una de sus esculturas. La imagen que está formándose para salir del resto del poliedro de mármol que lo contiene constituye, irónicamente, una obra perfectamente acabada y expresiva.

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Veo primero la nada que me cubre los ojos aun informes en un rostro que solo está en la cabeza del creador porque aún no lo tengo. No sé quién soy ni donde estoy. Tampoco adónde voy ni que pretenden de mí. Durante días he sentido el dolor en el cuerpo y unapunción acompasada que golpea y golpea. Es el dolor que sentí en mis orígenes hace eones cuando un material primigenio se fue acomodando de manera de ahorrar y acumular la mayor energía posible. El calor intenso metamorfoseando los cristales que se acomodaban lentamente con el paso de los años conformó mi espíritu. En la montaña residí hasta que algo me aisló de mi contextura natural, de mi unión al universo para pasar de un estado energético a otro. Ahora se está produciendo un nuevo cambio, el segundo desde que surgí de la nada y me volví una conciencia objetiva en algunos aspectos y subjetiva en otros. Por mí han pasado todas las transformaciones desde los albores de este mundo surgido de una estrella. Todos somos estrellas. Las manos (¿manos?) están obrando en mi esencia y en mi conciencia y estoy saliendo.

El artista —comienzo a transmigrar a un nuevo mundo y comprendo cosas que percibo de este plano extraño con formas que se mueven— me está liberando a golpes de mi contubernio con la materia primigenia. Una parte de mí va cayendo en pedazos desordenados  por el estímulo de la vibración acompasada. A partir de ahora seré otra cosa formada por los mismos átomos pero de aspecto diferente.

Sé que me convertiré alguna vez en la esencia de mi creador que me liberó de esta materia que me tuvo aprisionado y oculto durante miles de años. Seré él y con él me proyectaré al mundo y más allá hacia los confines del universo donde nuevas estrellas surgirán algún día completando un ciclo.

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Desde la ventana del colectivo veo que empiezan a aparecer lentamente casas de ventas de mesadas de cocina y revestimientos de mármol. Las planchas se acomodan por centenares en galpones y en las afueras de los talleres: A través de un micrófono un guía, en un castellano con acento italiano, nos informa que estamos llegando a Carrara. Jamás relacioné a Miguel Ángel con una mesada de una cocina lujosa. Siempre hay una primera vez.

Recuerdo haber leído que Miguel Ángel fue el más grande de los escultores que creaban quitando material. Auguste Rodin fue el mejor de los escultores que hizo su obra añadiendo material. Dos caras de la misma moneda, que afirma una vez más la dualidad del universo.

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El artista se enfrenta al bloque de mármol bajo la luz del taller que se cuela por las ventanas. La luminosidad de la piedra habla de la vida que aprisiona en su interior.

Recuerda.

 Cuando era aún joven soñé con un águila. Era una de las que dos hermanos vieron antes de fundar la Ciudad Eterna y que emergió hacia la luz en el monte Palatino según la voluntad de Rómulo y de las once más que vio pasar por el cielo. Ya no se construiría en el monte Aventino como era el deseo de su hermano. Ambos criados a leche de loba, devinieron artífices de guerras intestinas entre los primeros pobladores del Lacio. Pero en el extraño presente del sueño, el águila majestuosa e imponente reapareció y se posó sobre una roca en Carrara indicando que ese pedazo de mineral contenía el cuerpo latente del pastor judío que un día recuperó la dignidad de su pueblo mediante un certero golpe de honda. Supe que mi misión era liberarlo de esa prisión de cristales y energía.

 Sé que este pedazo de mármol que tengo frente a mí es el que indicó el águila agorera. Estoy seguro.

Apoya el buril sobre la piedra y asesta el primer golpe de maza.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 9 de marzo de 2024

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