El último augurio

De Florencio Nicolau

El último augurio

Especial para Eco Italiano

La niebla informe va cubriendo el paisaje. El camino de piedras calzadas permite transitar por estos bosques  humedecidos por las lágrimas de dioses y de hombres y la sangre de enemigos y animales.

Pienso en mi deber sagrado de impetrar la voluntad de los dioses y de decidir cuál de los destinos que proponen son los comunicables al pueblo. Los augures nunca podemos contar todo. Hacerlo sería mostrar a la plebe la existencia de múltiples mundos y arraigaría en sus mentes débiles el germen de la locura.

La voluntad de dioses y de los lémures impregna el bosque de un olor a muerte. Mi dignidad de elegido por el Colegio me da el valor suficiente para moverme entre este mundo de vivos y muertos, de realidad e irrealidad. Curiosamente el nuestro no es muy distinto. La diferencia está en el extraño universo que conforman la conjunción de ambos. Mi habilidad es caminar más allá en la intersección de estas dos dimensiones regidas por manes, genios y penates. No soy de uno ni de otro. Muchos lo ven como un privilegio; otros, sienten desprecio fundado en la envidia.

 Debo cumplir con los preceptos sagrados que rodean a la ceremonia. Cubrir mi cabeza con un lienzo purificado, elegir elmartillo del sacrificio, el hacha y cuchillo para extraer las vísceras que seránindagadas. Las manchas del hígado son las letras ocultas que cuentan el porvenir de nuestros pares. Las hazañas denuestros antepasados que hicieron grande a Roma y su gente nos hizo comprender la importancia de conocer los secretos ocultos en el lenguaje de a naturaleza. Los campos y bosques son un vasto pergamino en donde podemos leer los designios de los dioses.

 Una hoja de haya o el sonido del viento en los pinares son mensajes que solo pueden desentrañar quienes han llevado una vida de iniciación y compromiso. Cuando era niño me escapaba de la granja y venía correr aquí, esperando el canto de los cuclillos mientras memorizaba las formas de las hojas de los diferentes árboles. Descubrí que tenía una capacidad innata para comprender cosas del futuro a través de los signos que aprendía a leer rápidamente. Mi talento se empezó a rumorear entre las gentes y comenzaron a sindicarme como el joven adivino del pagus. Con el paso del tiempo mis familiares descubrieron lo que  hacía en el bosque y recibí una reprimenda que me dejó dolorido por varios días. Los romanos somos hombres de campo acostumbrado a castigar en forma violenta y a trabajar duro con el arado y los bueyes.

Días después de la golpiza mi padre se acercó al sencillo lecho de paja con el rostro compungido y avergonzado por la ira que había hecho llover sobre mis huesos. Lo acompañaba un hombre de aspecto principal y de modales citadinos. Sostenía la capa con una fíbula ricamente labrada que confirmaba su noble condición y el ejercicio de alguna magistratura. Le habían contado de mi amor por el bosque y sus símbolos y ahora venía a ofrecerme sus servicios dado que, dijo sonriendo por primera vez, no se podía perder el talento de un niño.

Roma te necesita, pichón de búho dijo poniéndose en cuclillas a mi altura.

 Mi padre ocultó las piezas de plata bajo la ropa mientras mi madre preparaba el  moretum, viéndome  por última vez en el camino junto al noble. Había encontrado mi destino de augur.

***

Han pasado los años y las historias que me cruzaron se entretejen en una retahíla de recuerdos que aparecen de tarde en tarde, Soy un hombre viejo, he conocido la gloria y la estrepitosa caída de hombres arrogantes. He sido testigo del injusto éxito de los corrompidos y la falta de suerte de los probos. Los caminos de nuestras vidas son indiscernibles. Tal vez las respuestas a nuestras preguntas han estado en los seis Libros sibilinos quemados por la pitonisa hace centenares de años.

El hado se me ha manifestado por la noche y me ha ordenado hacer un augurio. Es la primera vez en toda mi larga vida que leeré en la penumbra del amanecer las vísceras de un animal para mí mismo. Será un trabajo sin encargo y sin pregunta alguna. Será el último.

El animal, un buey vencido, se deja llevar inusualmente en calma. Las víctimas propiciatorias siempre conocen cuando se los lleva al sacrificio pero este no muestra ninguno de los signos habituales. Manso, parece saber que debe cumplir con lo que el hado me ha ordenado durante el sueño. Aún conservo la fuerza suficiente para asestar el golpe de martillo en el animal que cae como un rayo en el húmedo suelo del bosque. Luego viene el desangrado y el acceso mediante el filoso cuchillo hasta los órganos sagrados. El calor del hígado y la sangre se evaporan ominosamente y se entremezclan con la bruma.

Parado en el medio del amanecer aparece Ianus, el dios bifronte. Tiene un rostro que mira hacia adelante, adusto y de nariz aguileña. El otro, el que mira hacia atrás es amargo. Es la deidad que rige los comienzos y los fines, el pasado y el futuro, lo conoce todo y nuestro pueblo le rinde pleitesía no desprovista de algo de horror a lo sagrado. Hemos bendecido al primer mes de nuestro año con su advocación y le dimos su nombre ianuarii, que los toscos mercenarios de Hispania pronuncian mal diciendo ianero. Asu lado aparecen seres divinales que no conozco por su nombre ni por su aspecto. 

 Las manchas del hígado revelan infinidad de cosas pero debo llegar al trance para poder ver el verdadero significado. El vapor que sube del órgano comienza a dibujar figuras lejanas. Son tres personas sujetas mediante cuerdas y clavos a unos maderos. El sufrimiento pinta el rostro de los tres, pero dos de ellos, los que están a los extremos,  muestran en su agonía rostros con aspecto de felones y frecuentadores de arterías.

 El hombre del centro emana una luz tenue que comienza a tornarse cada vez más brillante. Se trata de una deidad desconocida, un espíritu de un mundo a donde jamás he accedido a través del augurio. Hay una sensación de paz alrededor de la luz que me baña en un reflejo blanco azulado, como el de algunas estrellas. 

 La imagen del hombre torturado y bañado en su sangre no me trae ningún sentimiento de dolor, al contrario. Es extraño ver a una persona iluminada con las manos constreñidas por sogas de cáñamo y hierros atravesando sus muñecas, los dedos crispados como queriendo asir algo. No entiendo el augurio, quienes tenemos este don no podemos definir que es lo que vemos, entendemos o leemos en las vísceras. El mensaje penetra en nuestro cuerpo y toma asiento en alguna parte del alma que debemos traducir al vulnerable lenguaje de las letras, imperfecto artificio humano.

 El cuerpo sangrante del doliente muta repentinamente en una figura movediza y saltarina. Es un pez, el más brillante que jamás haya existido. El mar es azul y la luz del mediodía es brillante y blanca, de una paz extraña. El pez salta y al caer a la superficie me baña con agua que siento en mi cuerpo como una bendición. Vuelve a saltar y nuevamente me siento abrazado por un frescor que lava mi alma en un rito de iniciación. Es un pez vivificador.

 En una metamorfosis inesperada surge del agua una paloma blanca como la nieve. Se eleva sobre el mar y recibe un haz de luz proveniente del cielo mientras abre las alas y se manifiesta en tres rostros que son uno

 Esa imagen se desfigura en un abrir y cerrar de ojos. La luz cambiante se torna oscuridad por un momento para luego formar a un gallo que canta tres veces. Tres veces.

 Los sonidos del bosque penetran en la visión y estoy en un trance. El augurio es de complejo significado y siento en la cabeza un zumbido persistente como el grito de mucha gente en la lejanía que aumenta y decrece en ondas. Repentinamente el murmullo es similar al sonido de los álamos en el viento, de una paz cantarina y refrescante que envuelven las imágenes que, ahora, están bañadas por la  luz que emana del  hombre torturado. La mente se confunde pero, como saliendo de una grieta, entiendo (sin palabras) el mensaje. Roma clavará a Dios a un madero. La sentencia carece de plural y se centra en algo definitorio: un dios singular.

 Sonrío por última vez en una comunión con el universo que nunca antes sentí y caigo de espaldas sobre la hojarasca con los brazos abiertos. El cuchillo propiciatorio atraviesa mi muñeca; una rama de espino se me clava profundamente bajo el pecho sin sentir dolor mientras otras se hunden profundamente en mis sienes. 

 Amanece. Ianus y los dioses desaparecen para siempre. Me quedaré ahí, yaciendo en el sotobosque y no volveré a la casa.

 Con la plenitud que da la felicidad pienso en el último augurio mientras me envuelve la bruma.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 23 de marzo de 2024

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