La profecía de la niña ciprés

De Florencio Nicolau

La profecía de la niña ciprés

Especial para Eco Italiano

 Llego a la ciudad y busco al Carpintero.

 Pregunta por “el carpintero”, me dicen, la gente sabrá a quien te refieres, pero no trates de hacer demasiadas preguntas. Saben cuidarse de quienes no conocen.

 La luna se refleja en la humedad de las piedras. Las subidas de las calles son empinadas, un desafío para alguien que ya llegó a la madurez.

 El sonido del mazo se deja escuchar, armónico y acompasado desde una ventana abierta de donde surge una luz cálida que invita a entrar. Es el otoño y la noche se precipita sobre la ciudad. La gente va hacia sus hogares en busca de la acogedora lumbre y de un pedazo de pan, para reunirse en familia y contar las historias de su pueblo y de sus mayores, relatos de lobos, de aparecidos y de estrellas que cambian sorpresivamente de brillo en la mitad de la noche.

 No sé cómo llegué aquí. Tal vez mi condición de alquimista y de hombre de ciencias me hace percibir la presencia de seres afines a mis ideas y creencias. La carpintería es sencilla y ordenada. Las pocas herramientas están sobre una mesa y los leños aguardan apoyados en las paredes para ser trabajados y transformados en sillas y otras modestas piezas del mobiliario de labradores y comerciantes que dan vida a esta ciudad en la colina. Dejo hablar al Carpintero.

—Pienso en los años de tradiciones que se han vivido por estas calles y estos campos benditos por la gracia de los dioses que nos han permitido subsistir como pastores y agricultores, produciendo nuestros vinos y fiambres.

 El espíritu ancestral de todos los hombres y mujeres que han vivido sobre estas tierras reside en el bosque como en un templo. Nuestros dioses que fundaron la Etruria para la eternidad signaron con el don de profecía a todos los maderos que crecen en estas laderas. Los pinos, cipreses y todos los árboles de la Toscana están impregnados de la energía que concentró el universo en sus orígenes y que es todo un ciclo de dualidad en constante movimiento. Con el paso del tiempo las gentes de estas comarcas, ajenas a la Tradición, intentarán banalizar el espíritu de estas tierras y su sabiduría y transformarán las historias para ocultar su esencia. Pero solo los elegidos sabrán que en el bosque umbrío está escrito el saber del pueblo cuyas raíces se hundieron en el humus místico de la Etruria y su lengua.

 Nuestro idioma nunca fue correctamente entendido por quienes no lo hablaron desde la cuna. Los romanos, en su insípida arrogancia, intentaron conocerlo y explicarlo y solo lograron cosas confusas. No nos interesó dominar a Roma por la fuerza, por eso lo hicimos de la forma que mejor sabemos: a través de la magia oculta y de los conocimientos de los iniciados. Nuestro idioma es una lengua de otro planeta. Lo que ha perdurado en la piedra es solo uno de los aspectos. El resto es lo intangible, lo que no reside en las intrincadas letras.

 Vinimos desde el cielo. ¿Has observado el Cuadrado de Pegaso en una noche despejada?, una de esas estrellas es nuestro hogar —no voy a decirte cual— de donde llegamos hace milenios a escondernos entre los bosques de cipreses de este lugar que sembramos con nuestras manos. Toda nuestra sabiduría está en los leños; cuando asierres uno, cada viruta que toques con los dedos, cada aroma beatífico y balsámico que llegue a tus narices desde el serrín es una historia de las estrellas.

 Las maderas están impregnadas de nuestro mundo y nuestro idioma, los guías que nos trajeron aquí, Charun, Aita y Vanth se transformaron luego en lo que vosotros, mortales, llamáis dioses. Junto con ellos vino mi pueblo guiado por estos tres grandes espíritus de las estrellas trayendo las primeras semillas de cipreses y los primeros huevos de las aves que actúan como psicopompos.

 Con el paso del tiempo nos fuimos perdiendo entre las demás culturas que sustentan el mosaico de gentes que conviven en estos montes. Somos uno más, perdidos entre una multitud de anécdotas y de leyendas transmitidas de boca en boca sin que se sepa la verdadera importancia de su contenido. Los profanos entierran hoy a sus muertos en campos de cipreses ignorando que están cumpliendo con una tradición que le es ajena.

 Todo el pueblo de hombres y mujeres muertos durante nuestra estadía aquí resurgirán un día desde la tierra. Las almas de savia se concentrarán en un ser que contendrá la historia entera en su cuerpo de madera. Será un renacido, una niña ciprés que correrá por los bosques llamando a la rebelión y el regreso de todos los etruscos. No será la prosopopeya de un árbol, no. Será El árbol. La niña vendrá de las estrellas, de todas las raíces de los cipreses de la Toscana. Muertos y vivos estarán presentes entre sus sinuosos brazos de madera y en la resina de sus vasos soñará el espíritu brillante de la estrella del Cuadrado de Pegaso, nuestro destino. Será el comienzo de nuestro retorno.

 Sin embargo la epifanía de esta muchacha ciprés será ocultada y la historia tergiversada por una suerte de banalidad literaria.

 Llegará, como te dije, un día en que una persona inventará la historia de un anciano carpintero que talla un muñeco de madera que cobra vida. Se le celebrará como un hombre imaginativo e ingenioso y los niños harán de este hechizo uno de sus personajes predilectos. Sin embargo pocos sabrán que dentro de ese homúnculo de madera subyacen los dioses de nuestros antepasados extraterrestres. La historia sembrará confusión y trocará en entretenimiento la esencia de la niña ciprés. El rebrote, que será el símbolo de un renacimiento, se transformará ridículamente en una nariz que crece en el muñeco que miente. Nuestro pueblo jamás habría concebido cosa tan baladí.

El mundo trastocará sus reglas en los siglos por venir. Los hombres matarán a sus compañeros fieles y las mujeres traicionarán a los hombres en su hogar; los hijos no reconocerán la autoridad de los padres y se entregarán a las voluptuosas y banales experiencias de la bebida y la concupiscencia. El dolor de los ancestros se verá en las calles y serán días negros, aciagos, como si las puertas de la esperanza se hubieran cerrado para siempre. Es en ese momento que deberemos resurgir la fuerza que nos caracterizó en nuestras primeras épocas cuando llegamos aquí. El dolor nos modeló, el exilio nos ayudó a tenernos en pie rodeados de rivales que nos tenían ojeriza y miedo aunque no lo reconocieran.

 Pero la niña ciprés vendrá a dar la redención y consuelo a los etruscos que esperamos en cada casa, cocina y granero de esta región para volver a nuestro planeta de donde nunca debimos salir…

 Las reflexiones del carpintero me dejan con la mente nublada. Las historias que se comentan en este lugar son, entonces, ciertas. La presencia de seres extraños en los bosques, tradiciones ignotas, costumbres inexplicables, han marcado la personalidad de muchos de los campesinos que pastorean por las noches o que se quedan sobre un montículo mirando las estrellas en espera de algo. La pluralidad de los mundos es una realidad intangible pero cierta.

Con un dejo de desasosiego tomo las manos del carpintero y lo miro a los ojos luminosos. Somos dos personas añosas y sé que ya no nos veremos, pero el encuentro cumplió su objetivo. Seguirá él con sus maderos, yo con mis retortas.

 Camino unos pasos antes de introducirme por el sendero del bosque para buscar un lugar donde tenderme a dormir, bajo un cielo estrellado.

Entre las hojas que aún penden de los árboles escucho los pasos cortos de un cuerpo menudo que corre. Detrás viene el sonido de raíces que crujen, de tierra que se abre a su paso y luego una estampida que crece entre un vocerío inentendible pero festivo que se va extinguiendo gradualmente hasta quedar todo en silencio.


Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 13 de abril de 2024

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