Deseo

De Florencio Nicolau

Deseo

Especial para Eco Italiano

 Deja pasar bajo los dedos las páginas amarillas de uno de los textos que se acomodan en los anaqueles; libros de viajeros, de civilizaciones pasadas cuyas glorias hoy son escombros diseminados por desiertos que atestiguan la historia de soles que han iluminado la gloria y caída de hombres y mujeres hechos de polvo. Sigue con un dedo la línea que está leyendo en el volumen en cuarto mayor iluminado por la cansina luz de la tarde de otoño que se refleja en las aguas del Arno.

 Hace ya muchos años que cumple con el ritual de llegar a la biblioteca y sentarse en su silla para abordar, cada vez con menos pasión, la lectura de la historia plasmada en papel y tinta. La edad ha hecho que con mayor frecuencia penetre en un mundo de ensoñaciones que, en un principio, no logra explicar. Pero los personajes que se presentan en su teatro interior son cada vez más vívidos y claros.

 De tarde en tarde una imagen de un realismo incomprensible se anida en su mente. Una ribera que se extiende hacia dos infinitos y un sol que bendice con calor y luz el cuerpo de un rio por tramos pedregoso. Es un paisaje que ve con claridad, como si estuviera mojando sus pies en las aguas. Los árboles, meciéndose, entonan una canción guerrera que cuenta las luchasde gente cerril que ha construido una existencia en las cercanías del curso de agua. Son amos y señores y conviven en sus fibras todas las gotas del serpentino curso.

 Una muchedumbre se deja entrever entre unos matojos de vegetación riparia que ocultan miembros morenos y musculosos y ojos renegridos que miran confuerza bruta. No se sabe quiénes son ni que quieren pero están allí, gravitando en el río que brilla bajo el sol del mediodía. Es un brazo de agua de una belleza superlativa, con un olor diferente a los ríos que navegó de niño. Es un río con piedras coloridas y brillantes y en sus arenas pueden verse restos de peces y de caracoles abandonados por las aves que devoraron a sus inquilinos. Todo es paradisiaco, antediluviano, auténtico.

 El sonido del río se va desdibujando gradualmente. Ve el sol entrar por el amplio ventanal y se da cuenta que se ha quedado dormido una vez más. Es un hombre viejo que ha iniciado el camino hacia la sesentena. La vida de privilegios, de rentas inacabables y de negocios pingües en ultramar y en el país le han dado la posibilidad de regodearse en los libros y los textos antiguos que le hablan de un mundo que no conoce pero sabe que existe

 Se acuerda de la mañana que el bibliotecario le compartió unas hojas amarillentas ordenadas dentro de un cartapacio. Son de un florentino que estuvo alguna vez por allí le dijo. Pensé en vos, mi señor, cuenta historias que pueden gustaros.

 Leyó por primera vez nombres que no conocía y se le empañaron los ojos: Gualeguay, Uruguay, Paraná Guazú. Charrúas.

Charrúas.

***

 El cronista ha dibujado a un grupo de hombres semidesnudos cubiertos por unos taparrabos que son la única presencia de pudor. Los ha representado como seres aguerridos que rodean a un hombre vestido con una armadura incompleta. Están partiendo la cabeza del explorador y la sangre le salta a chorros de los sesos machacados. Las lanzas se dejan entrever junto a los brazos en alto en actitud belicosa. ¿Quién es ese hombre que está siendo asesinado por los charrúas?

 Hay en él una fuerte empatía que no logra entender en un principio. ¿Cuál es la razón por la que ese hombre terminó sus días allí, en ese río de brillo solar? ¿Cuál fue el designio de Dios para que desapareciera en manos de esos feroces e indómitos hombres de piel cobriza y cuerpos esbeltos adornados con plumas de ñandú? Conforme pasan los minutos se va formando un claro sentimiento que ha conocido en otras situaciones y lo ha abordado sin pedirle permiso, una idea fija y recalcitrante que termina siempre en un agudo dolor en la boca del estómago. Envidia.

 Sí, envidia de no ser él un privilegiado que muere atravesado por lanzas de seres hostiles, envidia de no tener la oportunidad de aparecer en un libro aunque solo sea como la víctima de un asesinato por parte de aborígenes en tierras incógnitas. Él, que ha llevado una vida apegada al estudio, que se ha comportado con la etiqueta que exige su categoría, que ha refrenado los sentimientos bajos y lúbricos en pos de la adquisición de una posición académica y una cultura sin máculas no conoce la guerra, la sangre, el barro, la pasión irrefrenable del pillaje y el saqueo. No conoce la vida. Es solo un erudito viejo, un hombre de papel que vive en la nada memorizando nombres vacíos. Es un hombre amargo. Sabe que su ir y venir a la biblioteca con paso cansino es objeto del ludibrio de sus pocos amigos.

 No es siquiera un muerto.

***

 Camina junto al Arno y se detiene pensativo mirando el fluir de las aguas y—es imposible exiliar a Heráclito de su cabeza— piensa en el tiempo. El paso por esta tierra es finito, con un principio y un fin como lo decidió Dios en el día de la Creación. Reconstruye la linealidad de su existencia: su primer berrido desnudo saliendo del vientre de su madre, una lombarda fuerte y de pelo rojizo que lo crió por sus medios despreciando a las nodrizas del sur. Los primeros juegos en el parque de la casa principal de su rico padre, un mercader con negocios en Turquía y América. Su juventud de holganzas y correteos con sus primas, el nacer de la sexualidad y del estudio, el placer de vivir la juventud sin cortapisas ni represiones de los mayores que lo consentían como a un niño grande. Los libros en latín con los monjes de Florencia, las iglesias con sus frescos emblemáticos que lo formaron en la idea de la superioridad de Italia en materia de arte y música. Música. ¿Qué danzas y melodías no escuchó con placer infinito en esta ciudad en donde nació el piano? 

 Pero la vida tiene su fin y hay cosas que no se reemplazan. Sabe que más allá de la cómoda y rica Europa hay un universo de sensaciones que conoce solo a través de las páginas de vetustos libros escritos por personas que han sido testigos de cosas extraordinarias. Y eso, él, no lo conoce.

 No va a tener la sensación jamás de oler ese río que se aparece en sueños y duermevela. Es una realidad que le está vedada por haber elegido el estéril camino de la erudición dejando para otros hombres y mujeres el teatro de la experiencia. No sabrá nunca como es la luz del sol poniéndose detrás de las riberas pedregosas ni el canto de un mil pájaros que le son completamente desconocidos. 

 La postergación infinita del verdadero existir es una tortura que provoca dolor en todas sus fibras, como si la ausencia de recuerdos reales de mundos vividos a través de la carne se manifestara con creces en la incomodidad de no ser más que un pensamiento. Los filósofos han hablado del poder de la introspección y la búsqueda de una  realidad intangible que habita en lugares que no pueden precisarse; pero es la lujuria de la materia, el oler, tocar, gustar, lo que llama todas las noches desde hace años desde las almohadas de su cama con columnas de madera dorada y doseles. ¿Qué es lo que han experimentado esos hombres venturosos que se han enfrentado cara a cara con  seres antropófagos? ¿Cómo huele la sangre vertida en los encontronazos cuerpo a cuerpo? Nunca lo sabrá y los libros no lo dirán jamás. Es la verdad. Aun el sinsabor de una experiencia es más rica que las palabras impresas en los volúmenes encuadernados en cuero de cerdo que pueblan las bibliotecas, su mundo.

 Llora, el motivo es absurdo, jamás imaginó que la desesperación por ver su vida desperdiciada en infolios pudiera llevarlo a desear lo inimaginable: sentir una lanza charrúa atravesando su cuerpo.

***

 Llora. La cama está desarreglada y las sábanas son colgajos que caen por los laterales. El dosel y las cuatro columnas se han convertido en árboles de la ribera del río que brilla y silba un canto ancestral al sol. Se respeta así mismo secándose las lágrimas y tratando de hallar la calma luego de la pesadilla. Nunca había sentido tan cerca la imagen recurrente. El sonido de las lanzas golpeando la embarcación se deja oír aun un poco más, ya dentro del mundo de la vigilia.

 Intenta incorporarse pero la punta de una lanza le toca el pecho con un pinchazo real que lo hace moverse violentamente hacia atrás. Levanta la vista y los ve. Son ocho o diez de ellos, los brazos cobrizos, los cabellos hirsutos, las miradas hórridas que se deforman lentamente a medida que retrocede en la cama. Uno de ellos de cuerpo robusto y melena rebelde lo mira fijo desde el pie de la cama asiendo una lanza. En un instante eterno lo cruza un dolor indescriptible en el pecho. Abre los ojos y ve la mancha roja en las sábanas y las gotas que caen en el piso acompasadamente. Con las últimas fuerzas levanta los ojos al cielo azul de la mañana gloriosa junto al río Uruguay y dice en una voz apenas audible dibujando una sonrisa: Grazie, Signore Gesù, grazie.

 El sirviente, como todas las mañanas, toca la puerta con la jofaina, la navaja y el jabón, pero nadie contesta. 
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 20 de abril de 2024

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