De Florencio Nicolau
Momoko
Especial para Eco Italiano
Mi interés se centra casi exclusivamente en las letras. He sido desde siempre una persona vinculada al extraño mundo de los libros, que lo dicen todo y nada. Es muy difícil saber que se es cuando la literatura ha tomado parte de tu vida: personajes que se cuelan entre episodios reales, experiencias oníricas que se transforman en una realidad de papel y tinta y que brindan más satisfacción al escritor que al lector. No soy lo que se considera un intelectual. Al contrario, la satisfacción siempre fue encontrar en mis experiencias la materia para la escritura y en la lectura busco patrones que pueda descubrir en la realidad. No soy muy querido, pues, por los puristas, los que viven solamente en el papel.
Llegué a la ciudad eterna invitado a dar una charla en un congreso de literatura latinoamericana que comenzaba dos días después. Me dediqué a pasear por esta ciudad que nunca deja de sorprenderme. Cumplí con el ritual de comer pasta en la vereda del Bar de Harry bajo las espléndidas magnolias de la ViaVeneto, visité una vez más el Ara Pacis, —uno de los monumentos del mundo antiguo que más me sorprenden por su belleza y estado de conservación—, luego, dado la cercanía, fui caminando hasta la Piazza Augusto Imperatore para contemplar el mausoleo del primer emperador.
La ciudad es un dédalo de calles que conserva los diferentes estratos por los que evolucionó: capital del Universo, joya del barroco, algunos restos de la edad media, monumentos modernos. El mundo cambia en forma permanente en un devenir de cosas y de energía.
Caminar en una ciudad que no es la propia es una experiencia agradable. Uno no conoce a la mayoría de los transeúntes y estos tampoco lo conocen a uno y eso genera una sensación agradable de impunidad. Es como si se pudiera pensar más tranquilo. Dicen que el inventor de enseñar y reflexionar caminando fue Aristóteles. A menudo imagino que las mejores ideas del filósofo fueron las que generó cuando en sus largos paseos salió de Atenas y se encontró en algún villorrio cercano donde no era muy conocido. El pasear y alternar con personas que no nos son familiares es una especie de terapia, una experiencia pacificadora y, a menudo, un hecho creativo.
Recuerdo un personaje que conocí en la universidad. Había cambiado de carrera y de ciudad varias veces. Sus intereses iban desde la química hasta la actuación y no lograba echar anclas en ninguna facultad. Un día me comentó que el motivo por el cual tal vez nunca llegaba a quedarse en una ciudad ni en una carrera determinada era por esa sensación de libertad que le daba llegara a una ciudad nueva. Con el tiempo se volvía un personaje conocido y la estadía en el lugar perdía todo, la alegría de vivir, el romanticismo de ser un desconocido. Nunca supe que fue de él.
El seminario fue un bodrio. Un grupo de gente que siempre tiene algo más que decir y las sesiones no terminan nunca. Además no aportan nada nuevo. Al otro día del cierre compré un pasaje a Florencia y preparé las valijas en mi hotel de Porta Pinciana. Un taxi me llevó a Termini entre el azaroso y mercurial tránsito de Roma. La idea era ir un par de días a Arcetri para conocer la casa donde vivió sus últimos años Galileo y andar por los caminos rurales de la Toscana.
En Termini pasé por la gigantesca Borri Books y, si bien tenía varias cosas en el bolso para leer, me metí a revolver para ver si encontraba algo interesante. El edificio es imponente, un verdadero templo del libro —la empresa se jacta de ser la librería más grande de Europa— un verdadero espacio-tiempo literario donde se reúnen los libros infantiles, filosofía, novelas y new age dispuestos en enormes vidrieras. Un empleado muy joven de barba me atendió en seguida, era muy simpático y predispuesto. Le pregunté por autores japoneses contemporáneos y me mostró tres o cuatro cosas. Me decidí por una cuya autora aún no había incursionado. En los últimos años me he dedicado a la literatura de Japón así que fue una delicia conseguir ese libro. Pagué, lo metí en el bolso y me dirigí al andén. El día era una bendición de sol y aire. El calor estaba en estado embrionario aún.
***
Me ubiqué en el asiento del tren junto a la ventanilla. Puse el bolso a mis pies y saqué el libro. Miré alrededor y me percaté que iba a viajar casi solo. Tres filas atrás había una pareja besándose y al fondo un muchacho con gorra, remera de Arch Enemy y los audífonos puestos a buen volumen. A mi lado se sentó una joven de cuerpo menudo y una gran gorra de pescador que le tapaba parcialmente los ojos.
Empecé a leer enseguida que el tren salió de la estación. La novela era buena, el característico enredo de los argumentos nipones que tanto me gustan: una mujer joven, Hiroko, egresa de la universidad con un título en letras y notas sobresalientes. Luego de algunos episodios que le acontecen en su pequeña ciudad natal descubre que su amiga de la infancia, Kaiyo, su fiel compañera de aventuras de toda una vida está enamorada de ella. Pasada la primer desagradable sorpresa (al parecer Hiroko es una mujer de femineidad incólume y gran interés por los muchachos) dejan de frecuentarse por un tiempo. Luego de unos episodios en una salida nocturna con sus amigos, entra en una depresión post graduación que la lleva a un fin de semana de alcohol. Al despertar a la mañana siguiente se mete en el auto con intención de ir al campo, lejos, para reflexionar sobre todas las experiencias intensas que le sobrevienen en el último tiempo. Al salir del garaje de la casa de los padres mata a Momoko, la perrita de la casa, que está durmiendo debajo del auto. Este luctuoso episodio que le vale la furia de sus padres la lleva a tomar la determinación de irse y buscar trabajo a una Prefectura lejana a su casa. Así, llega al norte donde se instala en una ciudad pequeña en donde consigue una cátedra de literatura medieval en una escuela preuniversitaria. Luego de unas semanas de extrañar su casa y padecer el frio conoce a un joven de su edad, que trabaja de guardia de seguridad en el supermercado de la ciudad. El joven tiene un perrita que recogió de la calle luego que un auto la arrollara y la abandonara. La perra se llama Momoko.
Con el tema de la casualidad los japoneses son capaces de escribir una obra de arte con las mil y unas connotaciones que nosotros —los occidentales— subvaloramos por no conocer la esencia de su pensamiento.
La chica sentada a mi lado se movió imperceptiblemente confundiéndose con la leve vibración del tren. Puso el respaldo del asiento bien recto y se quedó callada por un instante mirando alrededor con las cabeza quieta. Sin ningún tipo de timidez ni complejos me miró de costado y dijo: «yo también me llamo Momoko, soy bailarina».
Quedé helado.
Sin que mediara una palabra más comenzó un soliloquio en una voz muy dulce. Me dijo que era de Yokohama donde sus padres tenían una librería de usados, de discos y de partituras. Se había criado en un ambiente de arte y cultura que la había hecho sentir muy cómoda durante la niñez.Vestía una pollera larga y un sombrero de pescador, las manos de dedos finos reposaban como en una oración, un rezo pagano dirigido a las fuerzas del universo. La imagen de una joven japonesa, sentada muy erguida con las manos juntas y hablando se transformó en una escena casi surrealista, onírica. Transmitía paz y una forma extraña de alegría.
«¿Eres escritor, verdad?»
Me quedé sin saber que decir y luego de unos segundos eternos le contesté afirmativamente con la cabeza. Cuando la miré a la cara me di cuenta de sus dos ojos inexpresivos, casi sin color oscuro y velado por una delgada lámina lechosa.
«No te preocupes dijo, percibo el movimiento de tu cara» .Continuó hablando sin esperar contestación u observación alguna de mi parte. El largo relato que hizo de un tirón era seductor, acuático.
«El nombre de mi país, Nippon significa “sol naciente”. Los ideogramas son el sol y el principio u origen, ambos juntos. Pero si te fijas, tú que puedes, parece una bailarina junto a un mueble 日本, madre siempre dice que soy yo junto al armario donde guardo mis zapatillas, calzas y mallas de baile. Soy un sol naciente».
«¿Necesitas ver cuando tu ojo interior es más poderoso? Creo que es contraproducente; la mirada interna es completa pues contiene el tiempo. La sucesión de imágenes está plasmada en un conjunto que lo contiene todo. Puede recapitular y volver a empezar un movimiento desde el principio cambiando las formas de una u otra manera. Imagina que todas las personas de este tren tuvieran la información del resto de los viajeros, cada uno de ellos es todos y albergan todos los recuerdos. Poseo los movimientos de bailarines, de actores, de soldados que han pasado por sus experiencias y las puedo recrear. Un día imaginé que era un avión kamikaze. Sentí en todo el cuerpo el roce del metal con el aire antes de impactar en la cubierta de un barco. Fue una de las danzas más misteriosas que realicé hasta el momento. Un avión tiene un espíritu que no todos están preparados para ver. Los objetos están imbuidos de una parte de la conciencia original de todo el universo. ¿Sabes que en la guerra Hirohito prometió, si vencíamos, regalarle un Mitsubishi Zero a cada piloto? ¿Por qué?, cada uno de ellos se sentía parte de la conciencia y no había separación entre hombre y máquina. Por eso no temían morir, se sentían acompañados, completos: el avión era parte de ellos».
«En la danza cada movimiento surge de nuestro interior, desde el alma hasta la fibra muscular que lo reproduce fielmente, pero el movimiento del aire con las palmas, el cambio en las moléculas a nuestro alrededor también cambian: están bailando. No es posible decir donde comienza y termina un bailarín. La falta del sentido de la visión me ha ayudado a comprender esto con mayor facilidad. Lo que transmito a partir de mi cuerpo mueve lo que me rodea y se transforma en mi compañero de baile. ¿No es hermoso?».
«Todas las personas tienen un movimiento particular pero algunas pueden agruparse en clases definidas, los cocineros mueven su entorno con una energía particular, los escritores como tu son característicos: reaccionan al movimiento externo como páginas de un libro: tú eres uno de ellos».
«Por todo esto he decidido hacer el baile más completo de mi vida: bailar con Florencia».
Me quedé mirando sus cabellos finos asomando debajo de la gorra, la delicadeza de su nariz, su cutis perfecto y la sonrisa apenas sugerida. En un instante presentí una vibración mínima que surgía de ella y llegaba hasta mí moviéndome levemente, casi el efecto del viento elevando una hoja. Esta mujer que ha bailado desde niña y ha aprendido a percibir el universo va a bailar con una ciudad entera. Nunca había escuchado tamaña empresa, un desafío que podría llevarla a vivir todas las percepciones de la ciudad más rica en arte de la tierra.
«La mayoría de la gente que viene aquí cada año se pasea por los pasillos de los museos con guías turísticas manoseadas buscando las obras más famosas: tienen miedo de volver a su país y que sus amigos descubran que no vieron a Boticelli o Guido Reni. Luego se pierden en las calles comprando remeras y gastando su dinero en comedores que bien pueden encontrar en sus propias ciudades y mejores. Yo, que no puedo ver esas obras, decidí bailar con ellas, con todas juntas, sentirlas en mi piel, en la planta de mis pies, en el alma».
«Detrás de cada acto creativo genuino hay una energía que queda latente en la obra. Por un designio desconocido me fue dado poder interpretar esa energía y por eso puedo entender la historia que estás leyendo, no necesariamente con palabras. Muchas de las canciones que se escuchan en la televisión o en internet no me dicen nada: están vacías. Sus creadores son cantantes famosos que tienen vidas de abundancia y desafuero debido a ese vacío que manifiestan».
«La energía que subyace en cada una de las miles de miles de obras de arte que hay en esta ciudad reaccionará a cada uno de mis movimientos. Las ondas que moverán mis piernas llegarán hasta el torso del David en la Academia. El movimiento de mis manos tocarán los cabellos del Perseo de Benvenuto Cellini. Será la danza más completa que jamás habré hecho, toda la belleza del mundo encadenada en movimientos conjuntos. Será una danza que se extenderá desde el pasado hasta el futuro sin que hay un concepto del tiempo. Y tú, escritor, tendrás la misión de contar mi historia algún día».
«Me gusta tu energía y la pasión que pusiste hace unos días cuando admiraste el Ara Pacis y la tumba de Augusto, en Roma. Por eso te he elegido como mi evangelista».
No supe que decir. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo y ganas de llorar. Llorar porque me sentía pletórico con una mi vida sencilla pero intensa que esta mujer me había confirmado con su confianza. Me pregunté cuántos de los asistentes al congreso de literatura habían sentido algo verdadero por una obra de arte alguna vez. Hablar con Momoko había sido una epifanía, un bautismo con agua de un mundo de energía. Supe que mi vida no sería en vano mientras recordara a Momoko toda mi vida.
Nos separamos en la terminal de trenes de Santa Maria Novella, ambos hacia a nuestros hoteles.
Hacía mucho calor en Florencia.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 31 de mayo de