El ritmo es nuestro negocio

El ritmo es nuestro negocio

Especial para Eco Italiano

Cumple con lo prometido y me llama apenas dos días después. Es bueno y nos gusta. Acérquese lo antes posible, cuestiones de papeleo ¿usted sabe no? La voz suena fría y metálica en el auricular pero sincera. Le digo que voy para allá cuanto antes, que todo depende del tránsito. Corto y me pongo el sobretodo marrón, luego me aliso el bigote con los dedos, agachado para verme entero en la luna del espejo oval. Bajo ansioso los escalones del edificio y apuro los pasos a través del pasillo ruinoso para no ver la miseria que me rodea en los últimos tiempos; abro la puerta de calle y me recibe la gélida mañana.

 Los cláxones de los autos atormentan mis oídos: fa sostenido desafinado, re mayor, si natural, si bemol. Un Ford último modelo pasa rugiendo por la ancha avenida: sol bemol casi afinado pensé.

 Paro un cab y le indico al chofer el destino. La dirección no es muy lejos de 42 y Lexington.  Es un italiano algo entrado en años con el pelo entrecano y una sonrisa falsaria. La radio del auto canta operetas y canzonettas italianas bellas pero insoportablemente mal interpretadas. 

—¡Bonita música!,¿no?—dice el chofer con su sonrisa pintada y en una voz de nota alta de fagot. —¿Le gusta la música?, Insiste.

— Soy músico— explico con un tono de voz bajo para demostrarle que no tengo interés de hablar y menos con él.

— ¡Ah Músico! ¿Y con quién toca, con Count Basie o Duke Ellington,  tal vez? 

Ojalá pienso fastidiado mientras para evadirme pongo en mi cabeza Rhytm is our busines interpretado por la orquesta de Jimmie Lunceford.

—Mi papà era músico allá en Italia; tocaba el violín en una orquesta popular que animaba bailes en los pueblos, viajaban mucho… si tendré hermanos por Catanzzaro y Palermo jajaja …

Un verdadero pesado de taxista y yo camino a mi primer contrato serio. El hombre continúa su perorata.

—Mi abuelo también tocaba: clarinete y trompeta, en otra orquesta popular. Una vez tocaron ante Humberto primo. ¿Qué me cuenta? Jajaja… ¿Y usted con quién toca?, no me lo ha dicho…

—He estado desocupado los últimos tres meses y medio— respondo tratando de ser lo más amigablemente posible para alivianar el suplicio. 

—Y antes ¿tocó con alguien conocido?

— Hice un reemplazo de una semana en los ensayos de Xavier Cugat en el Waldorf Astoria y toqué una vez con Andy Kirk. 

—¡Ahh pero usted debe ser verdaderamente bueno!

Thanks. 

—¿Y que toca?.

— Trompeta.

— Como el nono jajaja.— Mientras continúa riéndose suelta ambas manos del volante y se pone a remedar a Louis Armstrong taratreando westend blues a viva voz. Si sigue así me bajo en la próxima esquina pienso. 

—¿Oiga, y de donde viene?

—De Kansas— respondí con sequedad ya harto de la locuacidad y verborragia del italiano.

— ¿Kansas city?— Pregunta girando la cara completamente para mirarme a los ojos con un dejo de indolencia. Tardo unos tres segundos en contestar mientras miro la hilera de autos que va delante de nosotros. El tránsito está denso.

— No, del interior, Sedalia.

—Gente de campo como yo. Buena gente. El espíritu de la tierra corre en nuestras venas y lo tenemos en todo, en el arte, Ahh… y en el amor. ¡La humanidad se salvará por el amor! El amor es lo único que no debería asombrarnos y sin embargo tenemos que enamorarnos para darnos cuenta que es lo mejor que tenemos. ¡Cupido llega de repente como una sorpresa! ¿Qué le sorprende de Nueva York?

—El mar—contesto a secas mirando por la ventanilla.

El vidrio estalla y el golpe es como un latigazo. Un latigazo que cae sobre misespaldas en una playa lejana junto a un mar ignoto.Luego del estallido se eleva un vapor extraño, casi celestial.

La imagen de las caras flotando alrededor y diciendo algo inentendible. El color violeta del cielo y el mar, el mar eterno que siempre buscamos en los sueños, como un premio, una escapatoria a las comunes venturas de la vida cotidiana con su insidia de afrentas y desaciertos. El sonido de las olas apaciguando el dolor y lentamente el retorno a la vida de siempre, la de todos los días como este, tirado sobre el asfalto.

El sonido de los automóviles con la oreja al ras del suelo tiene un sabor —o un olor, se me confunden los sentidos— diferentes. Es un glissando continuo que van creando unacompañamiento que nadie se atrevería a hacer aun sobre un escenario. ¿Será necesario que nos pase algo para aprender a crear realmente? Será necesario. Será. Ser. Se. S.

Las sirenas se acercan esta vez sin sonido, solo el movimiento de las luces y el tropel de hombres de blanco que bajan con extrañas máquinas, lonas y utensilios que brillan al sol de la mañana y hablan, hablan, hablan entre ellos mientras alguno tuerce la cabeza y da un grito que un policía recoge en la cara y se da vuelta para alzar la mano e indicar alguna cosa. Nosé, la entrada de un trombón o algo así. Así, Sí. S. A.

Pero el mar está aquí en 42 y Lexington, otra vez.

Los colores son un torbellino que se mezclan y vuelven a descomponerse en sus partes primarias mostrando el carácter cíclico del universo. El sonido de las aves que sobrevuelan las playas y el brillo del agua que moja las rocas de la costa. Olas que golpean y que vuelven, un embate permanente que perdurará por siglos y siglos. La luz de las estrellas ahora visten el cielo y el surgimiento de los fantasmas cambian la fisionomía del paisaje, son seres alargados que pasean en procesión lamentando algo que todavía no ha pasado para quienes mantienen la concepción lineal del tiempo.

Ahora es de mañana. El taxista se ha incorporado ileso y me mira desde la orilla, vestido de marino con la faz torva y resentida rodeado de un grupo de gente extraña. Lleva algunas jinetas que indican que tiene poder y que está al mando de esta partida que me mira fijo y murmurando.

El mar, oh, el mar.

 No es más un simple chofer, es un hombre de tez oscurecida por el sol que se acerca lentamente a paso firme. Lleva la determinación de las personas que creen desde su cuna que tiene razón. Lo veo enhiesto recortado sobre el fondo del mar. Lleva un látigo de cuero trenzado y balbucea algo con un árabe que lo acompaña: nos han vendido los hijos del norte. El italiano le da el látigo al árabe que se acerca y busca mi cuerpo. 

 Confronto al hijo de los hombres que rezan hacia el este cinco veces al día. Lo golpeo en la mandíbula y trato de tirarlo al suelo con una zancadilla. El marino bronceado mira desde la seguridad de la lejanía. El árabe se zafa de mi abrazo y se para bien plantado,de frente y blande el látigo que resuena sobre mi hombro izquierdo. Toda la tensión de ese brazo se afloja por el ímpetu del golpe certero, producto de años de práctica como vigilante de ergástulas o de ayudante de cómitre. Un sonido acompaña al sufrimiento que lacera mi carne.Es el mismo sonido de los neumáticos bloqueadosque le ponen músicaa una lluvia de vidrios que cae como una bendición, como un bautismo redentor que quita todos los pecados en la esquina de 42 y Lexington con el Chrysler Building oficiando de altar propiciatorio en esta mañana de invierno.

 El árabe acomete otra vez y sacrifico mi brazo derecho para asirle de la cuerda trenzada. Aprovecho el instante para propiciarle con la debilidad de mi brazo izquierdo un golpe en la boca, atraigo su cuerpo que aún mantiene el látigo y le doy un cabezazo en algún lugar, tal vez el hombro. Los primero compases de Rhytm is our business por la orquesta de Jimmie Lunceford comienzan a oírse mientras recupero la compostura y deshaciéndome de la cuerda comienzo a usar los dos puños con una precisión de la que me creía imposibilitado. La música asciende hasta el paroxismo cuando soy atacado por varias personas desde la espalda.

 Thálassa, thálassa, ¿Por qué me has abandonado?

 Las gotas de vidrio laceran el rostro del taxista italiano dejando un amasijo informe de sangre sobre su cuerpo inerte. El grito de la gente en las calles, la sirena de las ambulancias que continúan con la música que comenzó la frenada. Los hombres de blanco acercan su cara a la mía cada vez más y miran desesperados tratando de encontrar algo dentro de mí, tal vez quieren ver si un afroamericano tiene alma. Los hombres de blanco miran hacia atrás repentinamente. El policía mueve una mano por debajo de la cintura en un movimiento de derecha a izquierda que indica una clara negativa. Los hombres de blanco se levantan y se van. Ya saben que no tengo alma aunque esté vivo.

El mar sigue con su ritmo acompasado, golpeando las rocas de la playa como lo viene haciendo desde hace millones de años. Ahora, también, moja los restos de un taxi amarillo, abandonado

Me estoy yendo de aquí o Mar y tú te quedas con mi cielo y mis estrellas y mi trompeta, sigues con tu ritmo de golpes sobre la playa. Mar:el ritmo es nuestro negocio.

 El mar, el mar. O thálassa, el mar.

¿Por qué me has abandonado?
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 6 de julio de 2024

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