Sobre unos versos de Maciel

De Florencio Nicolau

Sobre unos versos de Maciel

Especial para Eco Italiano

Hurgando entre los papeles del abuelo encontró un mazo de naipes pringoso que aún conservaba su caja de cartón, en muy mal estado. Además, había unas corbatas viejísimas y apolilladas, frascos de fijador Lord Cheseline y algunas monedas de décadas atrás. Abriendo los papeles encontró un cuaderno con las hojas en blanco con forro araña azul en bastante buen estado. Era de esos que a la mitad tenían unas hojas con dibujos e historias de los próceres y de episodios de la guerra de la independencia. Dentro del cuaderno había una hoja suelta, desteñida pues había sido de color celeste, que contenía lo que parecía ser un soneto escrito en algo similar a una lengua romance. Por más que había cierta transparencia en algunas palabras —más de una seguramente faux-amis— el texto era decididamente inentendible. Pero aun sin saber la pronunciación de esa lengua parecía armonioso y eufónico:

Sulpicated’amore e sperveza,
Nele crurzze di la motte spergula,
Rolvesospiri, prano et in scalza,
Porta, merrei, il sfezzuto ardente.

Il sole corusquent, guida vitam,
Su la brigita calme e sfiunta del mare
Sartiail cielo, l’anima lluna,
in l’oscurlervo, suciave selles.

Baccios des prim-tempes, in bruzio
Apreil monore con stragna dulsuressa,
Vola el somnio, chante uchioli null.

Embracede in stestail tempo,
Lardore se stretsta, senzapualdiere,
Come, guinda allebracchio tardo.

Su Abuelo Esteban Maciel había sido empleado del ferrocarril, luego lo pasaron a los talleres del ministerio en una purga política de esas que persiguen a los punteros y sindicalistas. Después, cuando se jubiló puso una ferretería que atendió hasta que murió a los ochenta y algo, allá por la década del ochenta.  Había escuchado decir en los almuerzos del domingo que el abuelo Maciel (así le dijo toda la vida) había sido poeta y en sus años mozos se había vinculado con muchos anarquistas que pululaban por el barrio. Sin embargo, como suele suceder entre generaciones, no había leído nada de él.

 Este “soneto” era lo primero que veía de su abuelo. Digo ver porque leerlo, no se podía asegurar que se pudiera. O al menos, entenderlo. Lo poco que se podía decir del texto era que se parecía a varias lenguas romances, pero a ninguna de ellas en concreto. ¿Provenía el abuelo Maciel de alguna región donde se hablaba una lengua en decadencia? Una lectura minuciosa de la poesía revelaba palabras familiares o similares a la de otros idiomas. Baccios des prim-tempes, por ejemplo, era muy probable que significara besos de primavera. Pero Come, guinda allebracchio tardo, era un galimatías, eufónico pero difícil de desentrañar.

 Una cosa era clara, los versos tenían cierta musicalidad y aunque no se entendieran bien eran bonitos. Y eso lo extraño en demasía. ¿Es necesario entender una lengua para disfrutarla cabalmente?

 El nieto pensaba en esto. Su pasión temprana por las letras, fruto de crianza en una familia lectora, lo habían llevado a indagar en diversos idiomas simplemente hojeando libros que encontraba en la biblioteca de la facultad o en las librerías de usados. Incluso, gracias a Berenguer Amenós, se animaba a leer algunas cosas en griego neotestamentario.

 El asunto es que el muchacho, estudiante de letras, sintió que estaba ante un descubrimiento literario que podía poner un mojón en la historia de la literatura anarquista de la ciudad. Pero el problema era saber que decía.

 Infructuosas buscas en la red no arrojaron ningún resultado fiable en torno a la lengua. Se parecía bastante al italiano pero la gramática era traviesa, con salpicaduras de catalán y otras lenguas. Los traductores de la red decían cosas diferentes, algunas muy divertidas.

 La literatura tiene estas joyas que da a la luz de vez en vez pensó: Un escritor que se expresa en una lengua rara, tal vez de una minoría europea y que renacía de vez en cuando en momentos de inspiración discontinua.

 Recordó al abuelo Maciel sentado en la mesa de la cocina, a la tardecita, jugando con unas biromes mientras tomaba un vaso de vino Lambrusco, que luego terminaban siendo tres. ¿Qué secreto designio de los dioses se ocultaba detrás de estos versos del abuelo Maciel?

 A veces es mejor dejar que todo fluya, pensó. El abuelo concibió una poesía intimista al grado tal que el lenguaje inducido por el vino era solamente entendible para él. Lo que estaba en sus manos era la poesía más intimista jamás escrita. Una verdadera obra de arte inentendible para la mayoría de las almas oscuras que vagaban por las calles de la ciudad provinciana. La lengua, un pastiche de diferentes orígenes, no existía.

 Para el abuelo Maciel el lenguaje era solo una excusa. Para escribir poesía hay que mover las palabras, tomar un bolígrafo y garrapatearlas en un papel siguiendo una métrica o no, pero el proceso de generación material del poema es inevitable. Para el abuelo Maciel no importaban las palabras ni el idioma: la poesía estaba en su cabeza y mientras la recitaba para sí mismo, hacía una suerte de mímica de escritor que incentivaba el viejo Lambrusco.

 Eso no era la poesía: era la cápsula. La bala de la poesía había sido disparada esa tarde, vino en mano, en que se puso a jugar con la birome Bic negra de la ferretería. El papel, esos versos de Maciel eran la ceniza de una verdadera creación artística inaccesible para el profano.

 Pensó en todos los poetas que admiraba e imaginó diferentes situaciones. La escena del jardín con el estanque abandonado del primero de los Four Quartets de T. S. Eliot no describía nada ni expresaba sentimiento alguno: era lo que le salió al poeta mientras almorzaba unos spaghetti. El inmortal verso final del Poema 135 de Emily Dickinson, que nos dice que se aprenden los pájaros por la nieve, era lo que le vino a la mente mirando un escarabajo que salía de un ropero en su casa de Amherst, Massachusetts.

 La Ilíada, Byron, Borges eran un fiasco. Lo que leíamos era solo una fantochada para ocultar el verdadero hecho artístico. La muerte de Héctor era intrascendente: la verdadera belleza era la imagen que imaginó Homero cuando improvisó diciendo cosas sobre Héctor.

Pero el abuelo se había diferenciado en algo esencial. Su capacidad de crear lo había llevado a prescindir de una lengua. El abuelo Maciel no necesitaba ni siquiera unas reglas de sintaxis o palabras reales. El solo hecho de mover la birome sobre el papel de cualquier forma, lo ayudaba a concentrarse en el verdadero poema que recitaba para sí mismo.

Se dio cuenta que jamás llegaría a obtener ese grado de perfección, esa posibilidad de acercarse a las musas por un camino fuera de todas las convenciones.

Su abuelo Maciel era un verdadero poeta, tal vez el último de una raza de elegidos.

***

Esa tarde faltó a clase por primera vez y se quedó a escuchar Surfin’ U.S.A. de The Beach Boys en Youtube, en modo bucle.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 13 de julio de 2024

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