De Florencio Nicolau
Tríptico hereje
Especial para Eco Italiano
Resuelven encontrarse los tres.
Bruna tiene mente de soltera, será por eso que le cuesta entender algunas cosas. No la estoy recriminando por eso, pero algunas veces tiene la habilidad de sacarme de quicio por cualquier pavada. Cosas de la vida, además colaboré un poco en esta relación algo sobresaltada. La conozco desde los años del bachillerato cuando estudiamos en la misma escuela pero en divisiones diferentes. Nos encaminamos en una amistad que ha durado unos cuarenta años y creo que no hemos fracasado como amigas en ningún momento. Bruna vive ahora en la casa que tiene en las afueras, me dijo que la pase a buscar temprano por la mañana para encontrarnos y poder organizar todo para el día de campo. Hay poco tránsito hoy domingo a la mañana temprano. No me acuerdo bien donde queda la casa de Hernán pero creo que cerca de la ruta, así que cualquier cosa preguntaremos de camino. Hace unos cinco años que no lo veo.
Bruna lo ve seguido y está en contacto con él por facebook y por correo. Hernán siempre fue un entusiasta de todos los inventos y el mundo moderno, incluso aprendió a programar y tiene una página de internet muy bonita en donde muestra su vida en la casa de campo con todas las plantas aromáticas que cultiva en su vivero. Un loco lindo ese Hernán. Por algo nos entendemos bien los tres.
Está parada en la entrada de su casa a la vera de la ruta; viste sencilla y lleva un sombrero de paja que le da aspecto de turista perdida. Me hace señas con la mano, se ve que memorizó bien la descripción que le hice del auto. Disminuyo la velocidad y me acerco.
—¿Cómo está hermana Bruna, rezó esta mañana como corresponde?
—No te hagás, vos—contesta entre ofendida y divertida.
—¿Hiciste todo lo demás, caca, pichí?—
—No cambiás más, loca de mierda— dice y se empieza a reír —Dale, dejá de boludear que no vamos a llegar nunca—
Bruna soporta las bromas de Ester porque sabe que si le sigue la corriente no para más. Hay una química formada por años de convivencia y que jamás podrá dejar de lado en esta su nueva vida. Es extraño como cambian las personas en el decurso del tiempo. Nacemos con una idiosincrasia y la vamos modificando a medida que pasan los años. En el lecho de muerte somos apenas una sombra de lo que fuimos en la juventud. Hoy han acordado reunirse después de un tiempo sin verse. De nada sirven los contactos por celular y por la computadora. Si no nos vemos cara a cara y nos sentimos nuestros olores no existe comunicación. Tantos años encerrada le han enseñado a valorar el encuentro, la reunión el intercambio de ideas y las peleas en acto de presencia física; de nada vale tener amigos al otro lado del mundo si no podemos tocarlos, verle la sonrisa o percibir su malhumor.
Hernán está parado en la puerta de la casa con una manguera regando la huerta. Es esbelto y tiene una prestancia singular que le ha valido el apego de muchas mujeres. Ve el auto de lejos y esboza un saludo moviendo la mano pero sin dejar de concentrarse en las plantas de lechuga. Siempre igual Hernán, un soñador, amante de la naturaleza y de la vida al aire libre. Se comprende que haya buscado una libertad que no tenía.
Por fin se han rencontrado los tres en esta quinta que es puro sol y fresco en esta mañana. Una comunión con la naturaleza se festeja entre los tres acólitos que no paran de reírse y de abrazarse cálidamente. Bruna y Ester bajan del auto todas las cosas que han traído, unas facturas para iniciar el mate y otras vituallas para darle contundencia a la comida que seguramente Hernán ya tiene preparada a modo de sorpresa. Alejándose del grupo la escena se torna fabulosa. Tres personas ya entradas en años que celebran algo indeterminado y que sus gestos y movimientos de brazos perfilan un amor y una alegría que estuvieron reprimidos o escondidos durante años.
Hernán muestra a sus amigas los arriates del jardín y las plantas de la huerta que crecen rozagantes y a esa hora de la mañana están vestidas de una luz brillante que refleja las gotas sobre las hojas. Ester, vestida con estilo y con la elegancia de una dama de mundo, se pasea con el sombrero entre las plantas y se agacha de vez en cuando para acariciar los pétalos de un taco de reina o una chaucha. Están felices los tres.
…………………………..
Bruna se abstrae de la realidad y se pierde un momento en un recuerdo de sus épocas de misionera en ninguna parte, en el fin del mundo. Recuerda a una vieja astrosa con una existencia señera en el campo. Que vida se puede llevar sola en el medio de una llanura cercada de pajas bravas y de otras alimañas. Una existencia lóbrega que no lleva, aparentemente, a nada. El abandono de la persona es un misterio, pues es muy poco lo que se sabe de ella. Muchas historias que van de boca en boca la han sindicado con la práctica de las artes ocultas. La vieja quedó en ese reducto de tierra que alguna vez fue una gran chacra y que ahora es un pedazo cercado con cañas que protegen lo poco que cultiva. El estado de indigencia es una verdad palmaria.
La mujer posee un libro traído por sus ancestros de Europa, un texto con recetas y preparados para todo tipo de males, un verdadero grimorio. Recibe la consulta de los lugareños y con sus habilidades adquiridas, vaya saber donde, les suministra todo tipo de preparados. Tósigos, tisanas, filtros, ungüentos, vesicantes, vulnerarios o linimentos. En la mayoría de los casos la gente se cura por sugestión o porque no tienen nada. Le pagan con comida y cosas que necesita para sobrevivir en el campo, sola. Quedo pasmada viendo la realidad de esta mujer que se defiende en la vida como puede y lo hace bien. ¿Para qué quiere Dios? ¿Para qué? Dios no existe piensa y desde ese día su vida da un vuelco irrevocable. No sirve para esto.
El canto de un zorzal alegra la reunión desde un árbol; las anécdotas se tejen de a tres en una retahíla de recuerdos buenos y malos. Es bueno tener testigos en la vida: es más fácil reconstruir la verdad de a tres que sola, pero a veces los recuerdos en grupo no son los mejores. A veces queremos que algunas cosas hayan pasado sin testigos, piensa Ester.
El silencio en los largos pasillos de la vieja casona en el campo; las luces que se apagan gradualmente y el canto que se deja oír desde la capilla. El sonido seco de los zapatos en la planta baja y el bisbiseo de las monjas que se dirigen al mundo del sueño, donde la tentación se presenta noche a noche en un universo desconocido para muchas y harto habitual para otras. El mundo onírico es un palacio habitado por traidores que les recuerdan lo que desean hacer en la vigilia. Las puertas se dejan cerrar con facilidad; parecería que están entrenadas para ocultar deseos y esperanzas de vivir una existencia diferente a la que han destinado a sus moradoras otras personas. Yo no he decidido esto piensa entre las sábanas Ester mientras repasa las lecturas del día, el trabajo y su pasado en un familia estricta y presuntuosa. Mi mundo no es el de ellos y estoy equivocada. Piensa en Bruna como todas las noches y en el descanso que suelen tomar después de la refección del mediodía hablando en voz baja apoyadas en el muro de la iglesia mirando los árboles. Han hablado de muchas cosas; del deseo, del destino, de Dios y sobre todo del padre Hernán, apuesto, culto, seductor a su manera. Si no es Hernán, es Bruna, piensa Ester.
La silueta de Hernán se ve a través de los vidrios de la ventana. Bruna y Ester se quedan sentadas hablando bajito cerca de un sauce llorón que es una belleza. Hernán prepara alguna de sus comidas para darles una sorpresa a sus invitadas. Siempre le gusta brillar como anfitrión y mostrarse como un hombre industrioso y capaz. Además el buen comer siempre es uno de sus nortes en esta vida terrenal. Desde su infancia acomodada disfruta del regalo de buena comida y sibaríticos postres. Ahora es más lindo, rodeado de naturaleza y mirando el jardín desde la luminosa cocina. Ve a Bruna y Ester riéndose en el césped recién cortado. Le van a quedar los pantalones verdes con la humedad del pasto. Que rara que lucen vestidas así, informales. Son mujeres mayores pero saludables, Ester siempre bella y dicharachera, aristocrática; Bruna una filósofa, fea pero extraordinariamente atractiva. Recuerda la primera vez después que todo terminó cuando las vio sin hábitos. Le costaba relacionar a esas mujeres con lo que habían sido. ¿Qué somos? ¿La ropa que nos viste?, ¿los títulos que cosechamos a lo largo de la vida o simplemente seres que nadie puede conocer? Ese es el problema. Nunca sabemos quiénes son las personas.
Hace poco que conoce a Ester. Le dice que la pasa a buscar para realizar una salida al territorio y hacer algo de trabajo social en una villa cercana que solo tiene un iglesia descuidada, tanto material como espiritualmente. Ester le dice que está dispuesta a partir de las seis de la tarde. Hernán pasa toda esa mañana en un estado de confusión. Tiene sentimientos desencontrados y no sabe si lo que va a hacer esta bien o mal. La fuerza del deseo desdibuja los límites de sus responsabilidades y no termina de entender que es lo que hace viviendo la existencia que tiene. No es una sensación nada agradable lidiar con el propio corazón, piensa. El encuentro se da a la hora convenida y van un rato a la villa. Luego ya de noche, Hernán se acerca en el auto a la casa paterna que está deshabitada luego de la muerte de sus progenitores. Es una mansión lujosa, con los muebles tapados en espera de ser alquilada. Hernán le dice a Ester si quiere subir a conocer donde se crió y estudió toda la vida antes de entrar al seminario. Ester lo sigue, abren la puerta de hierro con vidrios atraviesan el pasillo y entran al amplio salón de estar con adornos y muebles antiguos. El olor a cera y encierro acusan la existencia de una pareja mayor y de otra época. Hernán se pone de frente a Ester y comienza a acariciarla.
En la cama, ambos boca arriba, se sienten respirar mutuamente. Ya está todo hecho.
—No voy a dejar a Bruna— dice Ester repentinamente. —me amas a mí, la amas a ella—
Hernán asiente desde la oscuridad
—De acuerdo— respira profundo —de acuerdo—.
…………………………….
La comida va tomando color y consistencia. Hernán mira a las mujeres y sonríe concentrado en sus recuerdos. De pronto, en un instante, Ester acaricia entre risas el mentón de Bruna que se queda quieta, embelesada. Luego mira hacia abajo y toma una brizna del césped cortado y se lo pasa por la mano como haciéndose cosquillas.
Hernán ve al obispo y otras personas sentadas en la oficina revestida en madera trabajada con un bello taraceo. Hay unos papeles en el escritorio y uno de los ayudantes del obispo acerca una carpeta con más documentos. No le dirigen la palabra mientras espera parado frente al escritorio. Mira alrededor y se da cuenta que ha estado muy pocas veces en ese despacho. Ve el Cristo sobre la cabeza rubicunda del obispo que está concentrado en la lectura de algo extremadamente importante. Sale de su ensimismamiento y saluda fríamente a Hernán.
—Padre, creo que sabe porque lo llamamos.
—Si monseñor.
No tiene miedo. Ve la calle invernal con los plátanos sin hojas desde el amplio ventanal. Tendré que buscar un trabajo.
Bruna se pasa una hoja de césped cortado por la palma y siente el raspón. Se acumulan en sus recuerdos las imágenes falsas de personajes igualmente falsos que pontifican la verdad sin siquiera conocerse a sí mismos. Conócete a ti mismo dice la pitonisa de Delfos desde la eternidad, recuerda. ¿Conocen algo del universo estas personas que nos dan órdenes? Lo pensó durante años. Novicias que apenas podían valerse por sí mismas, un sistema lleno de contradicciones. ¿Qué es el amor al prójimo? Los pájaros cantan en unos árboles cercanos y una monjita blanca está posada en un alambrado. Monjita blanca, vaya nombre el de este pajarito simpático.
………………………
Se quedan en silencio mirando la noche que entra en la tarde y las primeras estrellas se empiezan a pintar en la bóveda celeste. Los tres están sumidos en una contemplación extática, disfrutando de la brisa en la quinta. Bruna, con la vista baja, está sumergida en cavilaciones con las dos manos sobre las rodillas.
—Esto es Dios—dice mientras toma las manos de Hernán y Ester.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 30 de noviembre de 2024