El día de Assur (Una fábula)

De Florencio Nicolau

El día de Assur (una fábula)

Especial para Eco Italiano

Assur estaba sentado en la puerta de su modesta vivienda de ladrillos de barro y paja en el punto en donde el mundo deja de ser mundo para pasar a ser desierto. Años ganándose la vida con la compra y venta de camellos lo habían convertido en el conocedor más avezado del país. No había ninguna persona, sea un adinerado noble o un jefe de caravana que no consultara a Assur sobre las bondades o defectos de determinado animal. Assur se sentía orgulloso de saberse respetado pero lo disimulaba con una humildad autoimpuesta aunque no desprovista de cierta sinceridad. Era muy religioso y no quería ofender a Dios, clemente y misericordioso.

Durante cuarenta años, desde su temprana juventud había aprendido todo los pormenores del oficio. Conocía las enfermedades de los animales por el color del pelaje, por la mirada o simplemente porque los camellos se lo decían en un lenguaje que solo Assur comprendía. Todo el día estaba en un trajín de mercader, discutiendo precios y evaluando la compra de un oferente. Estaba feliz con su vida y había hecho una modesta fortuna que le permitía criar con dignidad a sus hijos y a su mujer. Assur era un buen hombre.

Se contaban leyendas muy extrañas en torno a su habilidad como negociante. Se decía que en una oportunidad había comprado diez camellos de discutidas bondades y lo había vendido a un precio exorbitante a un millonario extranjero que buscaba animales de esas características. Assur sabía que cada cosa en el mundo tiene su comprador y que solo hay que encontrarlo. Él podía hacerlo en virtud de su talento.

Esa tarde en que descansaba en la puerta de su morada vio en la lejanía perfilarse la imagen de un individuo montado en un camello oscuro que venía del desierto. Parecía flotar sobre la arena. Minutos después, se dejó vislumbrar la imagen de un animal ricamente enjaezado y llevando a un hombre con una túnica ornamentada de tal manera que revelaba a un afortunado por Dios. Assur se incorporó y recibió al visitante.

—¿Eres Assur el comerciante de camellos?

—Doy fe que sí, aunque Dios es más sabio.

—Me costó encontrarte. Assur, por fin estamos cara a cara. Estás muerto.

—¿Cómo?— Assur no entendía si era una broma o una amenaza.

—Lo que escuchas, estás muerto. Solo viviste unos minutos. Tu madre te parió y eras un niño enfermo; trataron de salvarte pero tu vida concluyó en menos de una hora. En ese momento estaba ocupado llevándome a un soldado y luego te perdí de vista. Por fin te encuentro cincuenta y nueve años después.

Assur no salía de su asombro. El visitante era serio y de porte digna, no parecía una persona proclive a urdir falacias.

—Y entonces ¿Qué ha sido todo esto?

—Tu vida ha sido solo el único sueño que tuviste. Lo poco que viviste alcanzó para soñarla. Dios puso en tu mente la historia de un vendedor de camellos muerto hace doscientos años. Fue un hombre que llevó una vida feliz y rica hasta que un día un misterioso viajero llegó hasta su puerta, le dijo que había muerto de niño y luego cercenó su cabeza con una cimitarra.

Assur, resignado se postró de rodillas y rasgó el albornoz para dejar su cuello al aire. El forastero desenvainó el arma y cortó la cabeza de un golpe.

Moraleja: Si sientes que tu buena vida parece un sueño, seguramente es un sueño.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 15 de diciembre de 2024

A la memoria de mi hermano Felipe Jaime Juan Nicolau, fallecido el 12 de diciembre de 2024

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