No más cipreses

De Florencio Nicolau

Especial para Eco Italiano

¿Qué será de todo esto cuando ya no esté aquí?

Leo un número de National Geographic sentado en la cama, abombado por el calor de la siesta que el ventilador no alcanza a mitigar. Me describe la escena de un mundo de la década del 2060 en donde una aplicación permitirá al trabajador llamar a un auto con nivel de automatismo 5 (ningún humano de por medio) para llevarlo a la oficina. Probablemente en la década del ’60 esté bien muerto y enterrado. No veré el Halley nuevamente después del fiasco de 1986. La tarde se perfila como un infierno localizado sobre mi habitación; las plantas tropicales del patio nunca han estado tan bellas. Agradecen de vez en cuando, de verano en verano, estos viajes a su hábitat natural en donde temperaturas y humedades extremas las hacen lucir tal como son, una belleza incomparable. Pienso que hemos tocado demasiado las cosas. Nos metimos con la vida y la modificamos, cambiamos sus códigos genéticos; automatizamos las tareas, dejamos los cálculos para los procesadores que los hacen en un segundo mucho mejor. Pero para eso tuvimos que enseñarles durante años.

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El Ministerio de la Naturaleza aprobó un presupuesto más elevado para el control y gestión de la fauna y la flora en el país. Después de años de estar relegado a un oscuro segundo o tercer puesto en importancia, la ecología volvía a ser tema central en las agendas de los gobernantes. Nunca es tarde. Luego de siglos de descontrol y de corrupción política el planeta volvía a preocuparse de la preservación y estudio de los recursos naturales del planeta. El grupo de naciones líderes convocó a una reunión en Mongolia y emitió un documento con carácter de fundacional de una nueva era, el Compromiso de Ulán Bator.

El único problema era que los gobiernos pretendían reparar lo irreparable a mediano plazo. A mediados del siglo XXIV los recursos habían llegado a un grado de destrucción y contaminación inimaginable. El Cairo debió ser abandonada bajo una sepultura de basura; Venecia, semihundida entre plantas flotantes hacía una curiosa e interesante postal. A pesar que la opinión pública se mostraba indiferente a los problemas del ambiente—dado que el noventa por ciento de la población del primer mundo residía en ciudades cerradas desde hacía más de cien años—algunos pocos activistas que aún quedaban mostraron algo de satisfacción por el documento. Se trató de dar una nueva imagen y se nombró a un funcionario joven para hacerse cargo de la cartera mundial de la ecología. El anterior ministro se retiró a descansar a un jardín creado con Realidad Sintética No Contaminante, consistente en plasma con forma de plantas y canto de pájaros en el piso doscientos de su casa en París. Tenía ya cien años y no tenía ganas de trabajar.

El documento final del Compromiso de Ulán Bator fue difundido entre todos los gobiernos del mundo y todos los bloques económicos. Entre algunos de los puntos más relevantes se preconizaba en el relevamiento de las diferentes especies de animales y plantas de cada región del planeta a los fines de poder aplicar criterios y políticas para su conservación. En particular se hacía hincapié en el monitoreo de aves silvestres. En el hemisferio sur, región del globo en donde los plumíferos aún proliferaban como en otros tiempos, se organizaron programas para la observación y relevamiento de la fauna. Luego de pulir los detalles de la aplicación de los protocolos y perfeccionar el sistema de captura de imágenes y datos se enviaron al territorio los equipos de trabajo consistente en vehículos de observación no tripulados que recorrerían el campo y los arroyos para observar las especies y el comportamiento de las aves. Las bases de datos contenían miles de imágenes que serían cotejadas con lo observado en las salidas.

Con el paso de las semanas se obtuvieron algunos resultados interesantes. Tal como se suponía la fauna había disminuido en los últimos dos siglos en forma alarmante. Las especies observadas eran muy pocas respecto al número registrado a finales del siglo XXI, momento en que el planeta comenzó su declive. Sin embargo había datos interesantes: aves de naturaleza no migrante habían aprendido a moverse en el territorio en procura de mejores nichos de supervivencia y reproducción.

Sin embargo los directivos y técnicos del programa encontraban algunas dificultades para hacer un trabajo preciso. Los vehículos no tripulados tomaban datos a un nivel de precisión asombrosa. La ubicación en el terreno, la edad del ave, los colores, detalles a nivel de subespecie. Pero en lo que respecto a su comportamiento o etología había demasiadas dudas. Los programas de los vehículos, si bien habían sido diseñados por inteligencia artificial siguiendo un patrón de comportamiento humano, no eran humanos. Nunca se había logrado esto. A pesar de los avances con diferentes formas de imitar la mente y de desarrollos de algoritmos a comienzos de siglo XXV se llegó a la conclusión que replicar el comportamiento humano en un cien por cien era imposible. Algo así como un principio de incertidumbre acerca de la inteligencia humana quedó establecido en todos los debates. La diferencia entre humano y no humano siempre existiría. Esa fue una de las razones por la que los Violinistas chinos casi humanos o AHCV (Almost Human Chinese Violinists) fracasaron en el siglo XXII: el público quería virtuosos que—aunque no lo hicieran—pudieran equivocarse. Los bailarines fueron un fracaso estrepitoso. Cuando le preguntaron a una baletómana por qué no les gustaban esas bailarinas de perfección prístina contestó: les falta la mancha de transpiración en la malla cuando terminan. Al ser humano le gustaban los humanos. Todavía.

Se hizo una reunión plenaria de los directivos y gestores del programa y se discutieron los resultados. Indudablemente sería interesante que alguien humano pudiera acompañar a los vehículos y realizar observaciones directas de primera mano. Para tal fin había que buscar a un ornitólogo. La mayoría de los presentes preguntaron qué era eso. El director general del programa tomó la palabra para ilustrar.

—Hasta fines del siglo XXII había un gran interés por la observación de la naturaleza y sus fenómenos, por tal razón era común encontrar personas que se dedicaban a salir al campo a tomar imágenes y estudiar el comportamiento de los animales. Generalmente se vestían con ropas con colores similares a la vegetación y se escondían para no molestar a las especies cuando las observaban. Estas personas recabaron mucha información pero con el paso de los años y con la urbanización acelerada desaparecieron gradualmente. Tal vez hoy en día no hay más que pocos centenares de ellos. A pesar de todo aún quedan románticos que siguen haciendo esta actividad. Según los registros del Ministerio de Seguridad —que siempre vigila actividades de tipos singulares— en nuestra región queda uno, muy versado en observación de aves.

Los miembros del plenario se miraron sonrientes. No alcanzaban a imaginarse a una persona caminando sola por el campo mirando pajaritos: era antinatural. El director continuó.

—He tomado la decisión de ponerme en contacto con él. Se llama Cayetano Marconi y es estudioso de la biología y observador de aves. Trabajó años en un espacio puerto y se interesó en el tema cuando una paloma ingresó en el motor de una nave y hubo una tragedia. Cuando se retiró era un experto en todo lo que concierne a la avifauna.

Uno de los asistentes tomó la palabra:

—¿Qué es una paloma?

—Un ave muy común en otra época. La desterramos hace un siglo de las ciudades, eran un problema.

— ¿Cuánto le cuesta al Programa pagar a un observador humano?

—Nada, lo hace porque le gusta.

La mesa se agitó y un murmullo recorrió toda la sala. Era una broma de mal gusto. Quien podría creer que un humano no pretendiera cobrar por hacer algo.

***

Cayetano Marconi salió a la puerta de su casita en el modesto campo que tenía. Era el único habitante a kilómetros a la redonda y había tenido que sacar un permiso especial para poder vivir allí. Sin embargo se lo dieron por los servicios prestados en su trabajo en la seguridad de los despegues en el espacio puerto. Los funcionarios del programa lo miraron entre divertidos y asombrados: vestía con ropa de grafa color marrón y llevaba unos primitivísimos binoculares ópticos colgados. Era de pies a cabeza un individuo anacrónico. El vehículo no tripulado, una forma de designar a un artefacto mezcla entre robot androide y vehículo con distinto tipos de propulsión esperaba junto a los hombres monitoreando cada uno de los diálogos desde sus más de dos metros de altura. En una época en donde la nanotecnología gobernaba todo, era necesario contar para este tipo de trabajos con alguien capaz de levantar un tronco entero en unos segundos.

Los dos funcionarios miraron de arriba a abajo al hombre. De unos sesenta años lucía extraño a los ojos de personas que no estaban acostumbradas a trabajar en el campo junto a la naturaleza. Uno de ellos habló.

—Verá, la tarea es corroborar que los sistemas estén tomando bien los datos y construyendo información pertinente. Sabemos que un control humano puede ayudar a mejorar el trabajo y por eso necesitamos de usted. Hay cosas que no se pueden explicar y queremos saber qué es lo que está pasando. Hay especies que se sabe no son migratorias y están cambiando de lugar permanentemente. Esa es su tarea. ¿Está de acuerdo?

Cayetano asintió.

—Respecto a sus honorarios ya están depositados. No podemos no pagarle, usted hará lo que quiera. Y por último: diríjase a su compañera por su nombre, Soraya.

Cayetano y el vehículo se dirigieron en un camión anti gravitatorio hacia un terreno virgen, con vegetación y fauna que aun sobrevivía en este mundo. Estos parches eran verdaderos reservorios de vida y de genética que aún no habían sido ocupados por el hombre en parte porque las leyes no lo permitían.

—Es algo hermoso ¿No? Preguntó Soraya mientras unas mariposas le revoleteaban en la pesada cabeza metálica.

—Es más que eso, es la vida. Pasé gran parte de la mía viviendo en estos campos, observando todos los días como las flores evolucionaban, se desarrollaban desde una semilla hasta ser una corola brillante que los insectos buscaban. La dinámica, el movimiento de todo es la esencia misma de la existencia de la naturaleza, todo es cambio.

Soraya parecía estar atenta a cada una de las palabras del hombre que se expresaba con lenguaje fluido, con dominio de las palabras y con vocablos precisos.

—Cuando veas un pájaro que está en un arbusto cercano, debes llamarlo. Primero con la quietud. Debes dejar que todo tu cuerpo descanse y que no se mueva, que no transmita nada de nerviosismo. Solo cuando estés tranquilo podrás intentar que el avecilla se acerque, para eso tienes que llamar así—Cayetano hizo un canto similar al del ave— y esperar. Para poder hacerlo debes conocer los cantos de los pájaros. Empezar a jugar de niño en estos campos y aprender observándolos, sintiéndolos, conviviendo con ellos. Debes convertirte en un pájaro.

El sistema de Soraya trabajó un nanosegundo antes de contestar.

—Lo sé, me lo enseñaron, pero no soy como ustedes, la gente del ciprés.

—La gente del ciprés ¿así nos llaman?

—Hace miles de años uno de ustedes, Omar Khayyam, un poeta sentimental y nostálgico dijo que el ser humano es tan profundo en sus pensamientos e ideas que cuando está por morir se pregunta qué pasará con los cipreses y las rosas, como si esas cosas existieran por él. Los cipreses y las rosas siguen existiendo, sin embargo.

Cayetano reflexionó un momento y no contestó nada. Pensó en su madre que ya no estaba.

—Vamos Soraya, tenemos que seguir con el trabajo.

***

Me quedé dormido profundamente. Pasado los cincuenta, ese conito de Bon o Bon helado es fatal a esta hora de la siesta. ¿Quién será el viejo ese que andaba con un robot en sueños mirando pajaritos? Seguro que Pepe Osinalde me calentó la cabeza con sus monitoreos y soñé de vuelta.

Tiro la National Geographic y abro el tomito rojo de Omar Khayyam, que tengo hace casi cuarenta años y leo: cuando hayamos muerto, no habrá ya rosas ni cipreses.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 26 de enero de 2025

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