Florencio Nicolau

El distinguido ciudadano (Una fábula moderna)
Especial para Eco Italiano
UNO
Se querían pero no se llevaban bien. Son cosas distintas, así que pasaban el tiempo entre enamorados, peleados y distanciados. Una relación que no prometía mucho para el futuro. Se habían sentido atraídos mutuamente hacía unos dos años por el denominador común de la pasión por la literatura, que seduce a las almas inquietas en un principio pero puede canalizar las pasiones hacia un mar de desencuentros. Eva y Roberto eran dos soñadores de veintilargos.
La perspectiva que tenía cada uno de la literatura era bien diferente, si es que puede hablarse de diferencias en un arte que es universal y que sopla sobre los espíritus que quiere, como dicen las sagradas escrituras. Eva era abogada, metódica, responsable y trabajadora. Roberto era profesor de literatura metódico, responsable y trabajador. ¿Entonces? Eva veía a las letras como el mejor de los complementos posibles, algo con lo que no se podía vivir más allá del trabajo que se tuviera. Para Roberto escribir y leer a sus autores predilectos era su vida. Esa pequeña diferencia suele ser un abismo.
Después de esa extraña convivencia de dos años decidieron separase. No hubo una pelea propiamente dicha sino que afrontaron la condición de personas que tenían objetivos dispares y decidieron otorgarse la libertad el uno al otro. Eva añoraba hacer una carrera importante y Roberto deseaba ser un hombre de letras, no por el vano prestigio, sino por el amor auténtico que sentía por sus historias y poesías. Así que una tarde se rompió el compromiso.
—Hablame cuando quieras Roberto, sos mi amigo.
—Ya lo sé, no te preocupes, ojalá que te vaya bien.
Fueron sinceros, como siempre.
***
DOS
El sol de la mañana de invierno ilumina el escritorio del juzgado. Detrás de la silla giratoria hay una biblioteca con códigos y textos jurídicos en impecable orden y limpieza. Un jarrón con flores le da una vida singular al despacho, insuflando algo de naturaleza a ese recinto moderno y pretencioso en el centro de la ciudad. La secretaria recibe con una sonrisa auténtica a la jueza Eva Daus que entra con aplomo y distinción. Entre los expedientes y digestos que trae se deja ver el nombre del último Premio Nobel de literatura. Eva no puede con su pasión y antes de venir a la corte pasó por la librería.
—¿Algo nuevo? Pregunta a la secretaria que se puso de espaldas ordenando meticulosamente las notas y los expedientes que están en una mesa auxiliar.
—No, Eva, no hay nada.
Desde que comenzaron a trabajar juntas Eva condescendió al tuteo y al uso del nombre de pila. Es una mujer sensible y respetuosa con sus empleados. Nunca adquirió el vicio del autoritarismo ni la golosina del cargo, se siente un ciudadano más del planeta. A menudo cuando dicta sentencias o revisa expedientes de crímenes sangrientos o historias de madres plañideras que reclaman la tenencia de sus hijos piensa que alguno de esos seres humillados y desprotegidos podría haber sido ella.
Eva se sienta en el escritorio y enciende la computadora. Busca en los cajones unos papeles y anota algunas señas en los bordes con una hermosa lapicera que le regaló su hermana Lía hace años y que conserva como un tesoro. Lía es una historia dramática que no puede sacarse de la cabeza, psicóloga mediante. La vida hace lo que quiere. Se puede planificar muchas cosas pero es el hado, el maldito designio de los dioses, el que decide como acontecerán las cosas. Desde joven que este pensamiento me persigue y no puedo sacármelo de encima, rebatirlo. Todo el camino de mi existencia ha sido una comprobación de esto. ¿Cuántos criminales abyectos he visto? Centenares mucho de ellos no pueden decir sinceramente por que mataron a sus víctimas o cometieron ilícitos contra la sociedad y el prójimo. ¿Por qué—sin embargo—podemos vivir?
Mira hacia la calle y ve en la esquina a dos obreros municipales que están trabajando en unos postes en los senderos de la plazoleta que está en uno de los laterales del Palacio de Justicia, un hermosa espacio verde con arbustos y flores, que es una delicia por las mañanas. Observa ensimismada un momento y dice en voz alta como confirmando la evidencia:
—Están haciendo arreglos en la placita.
La secretaria deja los papeles en el escritorio y se acerca a la ventana.
—Sí, dicen en la radio que es un plan de la nueva gestión. Van a poner nombres a los senderos. Va a quedar muy linda, la tienen bien mantenida hay que reconocerlo.
—Mientras hagan un buen bacheo que pongan los nombres que quieran— dice Eva irónica.
Las dos mujeres ríen.
***
El bar es un mundo de gente. Jóvenes, hombres maduros, mujeres vestidas para matar, se dan cita en ese lugar que es la meca de la diversión los sábados por la noche. Los cambios en el planeta en los últimos años han convertido todos los lugares de esparcimiento en espacios muy similares. Hoy en día se podría estar en esta ciudad provinciana como en una gran capital de Europa y el ambiente sería difícil de distinguir. Nos quieren iguales.
Eva entra con un vestido corto que brilla en la oscuridad. Las risas y el entrechocar de los vasos le ponen esa música característica a la noche festiva. El olor a perfume y desodorante es una mezcla de infinitas moléculas que se conjugan en un único olor: el de la gente que quiere presentarse a la comunidad como un ser único logrando ser todos y el mismo a la vez.
Eva busca a su hermana. Le dijo que iba a estar con unos amigos en la barra. Sin embargo en el tumulto y la semipenumbra es difícil saber quién es quién. Es una vorágine de rostros transformados por los maquillajes que los vuelve anónimos. Eva salió de su modesto estudio bastante tarde. Está trabajando con esfuerzo para hacerse un nombre en la profesión. Está cansada y tiene más ganas de volver a su casa a leer que a pasar la noche aquí. Pero le dio su palabra a Lía y no va a defraudarla. Es su única hermana, menor ,y tiene por ella un cariño inexplicablemente fuerte.
De repente siente curiosidad por una pareja que se besa en la oscuridad. Están abrazados y el beso se prolonga en una pasión ilimitada. Es una pareja de su edad, poco más de treinta él y un poco menos la chica. Se acarician y se tocan con curiosidad como si recién se conocieran. Algo le dice que se acerque, nunca fue curiosa pero no sabe porque, en este caso, necesita saber algo más de los enamorados. Cuando está a un paso, la chica se separa un momento de su pareja y mira a Eva.
—Hola Eva, perdonanos.
Eva queda sorprendida porque se da cuenta que Lía sabía que estaba allí, mirándolos. El hombre,— parece buen mozo— permanece oculto en la oscuridad del rincón, entre las mesas y las sillas ostentosamente decoradas.
—¿Perdonarlos por qué?
Roberto entra en una zona de luz y dice:
—Porque estamos enamorados.
***
Tenían derecho. Ya habíamos roto hacía varios meses y yo no era la dueña de Lía ni de su vida. No puedo decir nada. Seguramente Roberto la conquistó hablando de libros y de anécdotas de escritores. Además le leyó alguno de sus poemas que son muy buenos. Roberto era un gran escritor merecía mucho más de lo que consiguió en la vida, Primero los premios locales, luego los concursos de la Municipalidad. Después los reconocimientos a nivel nacional y el libro, su novela, que le publicó una editorial de la capital con muy buenas ventas. Siempre lo envidié, sanamente, pero lo envidié. No sé escribir, puedo hacer dictámenes y corregir cualquier texto jurídico con una seguridad que asombra a mis empleados que me tienen por una superdotada. Pero nunca pude escribir nada trascendente como una mujer de las letras. Las palabras se me escapaban de las manos, nunca pude asir la esencia de la literatura. Roberto era un poeta nato. Hablaba en broma rimando, escribía cuentos en un rato con una imaginación increíble. No puedo decir nada, el espíritu sopla donde quiere. Además nunca se agrandó, fue humilde y siempre me saludó afectuosamente cada vez que me encontraba. Se interesaba sinceramente en mi carrera en la justicia y se alegraba de mis logros, lo sé.
Sigo enamorada, nunca dejé de estarlo, la puta madre que lo parió. La puta madre que la parió a Lía aunque sea la mía, me cago arriba de ella, me cago, me cago, me cago. Roberto Grinson el escritor de provincia que triunfa, el hombre de mi vida que conquistó a mi hermanita Lía y la mató haciéndose el joven en esa moto de mierda.
Te amo, Roberto Grinson. Te odio.
***
Roberto y Lía entran a la academia de danzas abrazados. Los asistentes a la clase los miran con envidia. Son bellos, juveniles a pesar que ya no son adolescentes. Además Roberto ha salido en la prensa y lo vinculan al mundo de las artes. Siempre que hay concursos de cuentos o una fecha vinculada a las letras lo invitan a mesas redondas y paneles en la televisión local donde brilla con sus comentarios. Lía lo ama.
La profesora de Tango les dice que se ubiquen de a dos. Hay una pareja formada por mujeres y otra por hombres. Las mujeres desearían bailar con un varón, pero los dos muchachos están más cómodos así y lo dicen con total libertad y orgullo. Roberto que se crió con su abuelo sabe mucho de tango, de orquestas y de composiciones. Suena la grabación y empiezan a bailar.
—Escuchá este tangazo Lía, una locura la orquesta de Pichuco.
—¿Cómo se llama?
—El distinguido ciudadano— replica Roberto al instante, con fervor de entusiasta.
Bailan con soltura. Ambos tienen condiciones y ya vienen tomando clases desde hace meses. Son apasionados y gozan con los pasos de baile. Roberto la mira con ojos penetrantes como buscando algo debajo de la piel de Lía, una confirmación a una pregunta anterior a todo lo que está sucediendo. Transpiran, se mueven con gracia y garbo, los compañeros los miran porque se dan cuenta que bailan bien. La música termina. Roberto mira en silencio a Lía un instante y dice en voz alta, con orgullo:
—¡Brillante Eva!
—¿¡Qué!?…
Luego la furia de Lía en la moto. Su última escena de celos.
***
La jueza levanta la vista de la notebook y vuelve a mirar la calle. Piensa en su pasado, en su hermana, en Roberto que quedó estropeado luego del accidente pero vivió varios años más. Ahora ya no están. Cumplieron con el designio de morir como lo hará ella tarde o temprano. Mira a los municipales que sacan un cartel recién pintado con el nuevo nombre del sendero y lo están colocando.
Se sienta nuevamente frente a la computadora y navega despreocupada en la prensa. Encuentra la página de las noticias locales y ve la foto de la placita y un pequeño texto debajo que la deja helada un instante. Luego se reclina en el sillón giratorio de espaldar alto y cierra los ojos mientras repite como un mantra: hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta…
Se levanta con náuseas y vuelve a mirar por la ventana. El cartel ya está instalado y se deja leer en la chapa azul Escritor Roberto Grinson.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina 2 de marzo de 2025