Florencio Nicolau Eymann
Especial para Eco Italiano
Crece hacia el cielo en un recuadro de polvo y casas bajas, aplanadas por el calor del mediodía. La gente vuelve del habitual mercadeo en la plaza cerca del teatro donde se representa la mística. La ciudad es una sola, un grupo de individuos que respiran todos a la misma vez y le imponen un pulso definitorio. ¿Quieres buscar una verdad? la ciudad te dará mil respuestas. Tienes que encontrar la adecuada. Eso es la vida: discernir una verdad probable entre verdades improbables.
El viejo está sentado en la puerta de un cobertizo de adobe, pensativo, mirando los pájaros que sobrevuelan en círculo la estructura. Parece no encontrarle sentido a esa masa de barro seco al sol que desentona con el entorno.
—Conocí a El Arquitecto. Cuando hizo su viaje yo fui una de las primeras personas que hablé con él. Tenía ideas extrañas. Esta es una de ellas. La Original difiere en demasía de La Réplica —me dijo—. Nuestra vida es una miseria copiada en barro de algo que no conocemos. Los dioses nos permitieron ver una parte. Esto es solo una copia atroz, nuestra miseria, nuestro castigo. No somos más que eso una mentira. La obra de los dioses consiste en mundos copiados unos de otros; los últimos, decadentes, con partes que son solo el ridículo remedo de obras perfectas. Nos ha sido dado esta existencia de ser solo copias toscas de bellezas que nunca veremos. A El Arquitecto le fue asignado un cupo temporal para ver ese otro mundo superior y hablar, como pudo, con obreros y fautores.
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Apartando el furor de las creencias entreveo la fe de estos hombres y mujeres que vienen a diario a la construcción. Son personas de humilde origen, artesanos y obreros que solo han conocido el hambre por los siglos de los siglos amén. Ahora tienen trabajo por más de una generación: los hijos de los carpinteros serán carpinteros, los picapedreros también le darán forma a las piedras con el cincel. Los maestros vidrieros tienen en sus ojos el misterio de la gente que les fue dado el don de hacer del vidrio una luz acuosa, irreal. Las imágenes de los santos y de la virgen llevarán por siempre la impronta de estas personas de quienes no se conocerán siempre sus nombres. Construir una catedral ciclópea es un trabajo ingente, pero también es un esfuerzo para la imaginación de quienes trazan los planos y conciben las fantásticas formas que coronan los botareles y las torres que albergan las campanas en sus melenas. Esta iglesia llevará una de las agujas más grandes jamás construidas, será visible desde lejos y todo el mundo asociará nuestra urbe con esta imagen de un afilado apéndice que busca abrir las nubes para que los santos desciendan con más facilidad a la tierra. Cuando miro las estrellas por las noches imagino mundos que aun no conocemos. No es bueno comentar que creo en estas cosas. En realidad se que existen, corriendo de aquí por allá en un mundo no muy diferente al nuestro. Tal vez tengan los mismos sufrimientos y las mismas divisiones de clases y de trabajos. A mí me ha tocado ser un obispo, un alfil en el ajedrez de la existencia. En ese otro mundo puede haber un reflejo de mi mismo controlando la construcción de un templo. ¿Cómo será? ¿Tendrá una aguja y las vidrieras coloridas? No lo sé, no lo sabré. Tal vez en la otra vida lo sepa.
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Hay que amasar barro con las piernas y los pies y después agregarle la paja. Lo único que tenemos es esto. Allá trabajan una sustancia dura, la misma que aquí tenemos si cavamos con profundidad, o la que se ve en la montaña. No estamos entrenados para transformar ese material. Unos dicen que su dios dijo a un discípulo que su temperamento celoso era igual a la dureza de ese material y que sobre él edificaría su religión. Otros, que sobre esa dureza construiría un templo material, tangible. No lo saben bien porque son discutidores por naturaleza. Parece ser que no muy lejos de allí hace añares había un pueblo de pescadores que gustaba discutir sobre cualquier cosa y edificar visiones del mundo de acuerdo a lo que surgía de la comunión de ideas. No sé como hacían para trabajar y pensar a la vez.
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El cielo de abril es de un color desvaído y el silencio oportuno. La primera mañana de frio después de meses de un calor agobiante. Todo lo que estoy escribiendo o creando ya fue hecho.. Trabajamos cambiando ideas, aproximándonos al mismo sujeto desde otros puntos de vista, pero los temas siguen siendo universales. ¿Para qué lo hacemos? Tal vez el universo funcione así, como una seguidilla cíclica de restauración de ideas y formas, un trabajo en donde en cada generación creamos réplicas de cosas del pasado (o futuro) que no conocemos a conciencia. Miro la pantalla de la computadora y continúo trabajando sobre lo que deje la noche anterior, un manojo de palabras en donde los personajes de reúnen para hablar de todo esto.
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El Arquitecto nos reunió una vez y nos dijo en el centro de la plaza:« No sé como llegué allí pero sé que un día estaba aquí y en otro lugar. Al principio era una dualidad, una sensación de desdoblamiento. Luego con el paso del tiempo logré separar no con poco esfuerzo las sensaciones de los dos lugares. Allí había calles como las nuestras, pero de rocas, las casas eran baja pero algunas tenían dos o tres niveles por encima y se proyectaban hacia adelante, al grado tal de unirse en el aire a metros sobre nuestras cabezas. Las personas tenían diferentes tareas. Amasaban y cocían el pan, cuidaban animales y vendían verduras y frutas. Otras personas venían todas las mañanas temprano y pasaban por grandes puertas en el muro que circundaba a la ciudad. Era todo muy extraño. La Obra estaba en una zona sin casas alrededor y las personas que trabajaban allí eran centenares: cortaban, pulían, colocaban ladrillos de un material diferente a los nuestros. Con el paso del tiempo aprendí a trabajar con ellos, a cambio podía adquirir comida. La Obra era inmensa, una mole que se elevaba lentamente, Había personas cuyos padres e incluso sus abuelos habían trabajado en La Obra. Lo más impresionante eran las grandes ventanas interiores. Estaban hechas con una materia que dejaba pasar la luz teñida de colores y con imágenes pintadas encima. El resultado eran historias de aspecto acuoso que teñían los pisos de la Obra. Nunca pude concebir que existiera agua encerrada en una ventana. Lo que estamos haciendo nosotros es apenas la burda copia de lo que yo recuerdo. Los gobernantes me creyeron loco cuando les conté mi experiencia pero los sacerdotes me creyeron y me asignaron el trabajo de replicar la Obra. Lo que estamos haciendo, de barro y paja poco se le parece. Pero mi misión es trabajar en esto. A veces de noche contemplando las dos lunas pienso cuan bella debe ser la Verdadera Obra, la que ellos están replicando».
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La vida de religión me ha privado del conocimiento de cosas sencillas. La pasión con que los beodos cantan en las tabernas, el amor de mujer, la sencillez del humor. Mi vida está sujeta a mandatos escritos y dictados vaya a saber por quién hace miles de años. Somos apenas un apéndice de creencias que empezaron en las lejanas tierras de medio oriente y que se han transformado para llegar a ser estas, las que seguimos y cumplimos con devoción, con las horas marcando nuestras oraciones y costumbres. Los hombres que trabajan en la catedral repiten rituales que ni siquiera se sabe cuando empezaron. Hace miles de años hubo un primer pintor y un primer herrero, un carpintero. Existió también un apersona que imaginó en sueño los vitrales de esta catedral pero recién pudo darle forma material siglos después. Somos individuos que replicamos cosas pasadas. Nuestra existencia es reconstruir permanentemente. Ya todo fue. No hay nada que no hayamos visto antes. Nihil novum sub sole.
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Entro en tu habitación y te miro acostada en la cama boca abajo. Tenés la ropa que usás para hacer gimnasia. Te has quedado toda la tarde en la casa después de intentar hacer algún poco de ejercicio. Me siento en la silla de la cocina y vas caminando suavecito sin zapatillas, con los zoquetes rosa que se arrastran por el piso. Mirás mis cuadernos.
—¿Qué escribís?
—Un cuento— lo digo como si fuera obvio.
—Si ya sé, pero de qué trata, siempre de mal humor vos.— Me besa. Sé que todo es un juego y que no peleamos con frecuencia. Dejo la Uniball de trazo fino sobre el cuadernito Ledesma ecológico y me desperezo.
—Una historia sobre las repeticiones en la vida. Veo desde chico que todo lo que nos rodea es la simple iteración de algo que ya existió antes. Y eso me deprime. Ayer cuando escribía en mi compu pensaba que detrás de cada objeto hay una historia que podemos evocar solo recordando el momento en que vimos ese objeto pero en otras circunstancias. Ni siquiera esa idea era mía, ya lo dijo Marcel Proust…— me abrazo a mi mismo después del largo bostezo. —A veces pienso que vivimos repetido, otra vuelta nuevamente y creemos que somos originales. Deprimente.
—No me contestaste sobre que estás escribiendo.
La miro y sonrío. Es una cara hermosa, de rasgos aniñados, como una mujer de Alphonse Mucha.
—Es una historia un tanto difícil. Un hombre de otro mundo, de un planeta con dos lunas ha tenido la experiencia de vivir por un tiempo en dos lugares al mismo tiempo. Uno es su lugar natal, una aldea de casas de barro y paja, similares a la de las antiguas culturas de la Mesopotamia, que se agrupan alrededor de calles polvorientas en un ambiente desértico. La pobreza reina en el lugar. Por circunstancias que no menciono en el relato el hombre atraviesa un portal espacio temporal y ve Notre Dame de París en proceso de construcción. Cuando vuelve a su planeta decide replicar la catedral con barro y paja. Decepcionante.
—No es un tema muy fácil, amor.
—Ya lo sé, lo sé. Además el obispo de la ciudad de París contempla la construcción de Notre Dame y piensa que lo que está viendo es la réplica de otra cosa que el artista vio en algún otro lugar. Y de ser así el mundo sería una cadena de copias y copias sin que nunca conozcamos el original.
—Es un buen cuento, me encanta. Lo voy a leer con fruición cuando lo terminés.
Nos besamos y luego la miro fijo a los ojos.
—Tal vez alguien esté escribiendo esto ahora.
—¡Chist!, ¡Silencio!…dejá que lo siga haciendo.
Vamos despacito a la cama, mientras se saca los zoquetes sucios. Creo que he visto esta escena anteriormente.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina 6 de abril de 2025